Santiago Cordero
El cumpleaños
Jerez íntimo
¡Hay que ver el estirón que han dado los chiquillos durante el último año! Se nota demasiado según la memoria fotográfica que aún conserva -milimétrica de píxeles- el último chapuzón del adiós del verano de 2023 para enseguida interconectar estas estampas vacacionales -en un pispás, en un repente- con la inauguración de la piscina de la nueva temporada veraniega 2024 entre vecinos de la urbanización. De pronto “uno es cubierto con el mapa de su reino”, como escribiera Apollinaire. Algo recuerda a estatua griega anterior a Praxiteles. Nadie charla con estorninos que imaginan cien sonetos de desamor. Una madre primeriza guarda semejanzas físicas con la actriz Geraldine Chaplin en la película de Carlos Saura ‘Elisa, vida mía’. Algunos nuevos usuarios parecen actores a la antigua usanza. ¿En qué bloqué vive aquel muchacho cuyo rostro cuasi calca al de Fernando Fernán-Gómez interpretando el filme ‘La mies es mucha’ de José Luis Sáenz de Heredia? Aquí los parecidos razonables no configuran una sección de revistas de la década de los 80. El paisaje nos regala el dramatis personae de la cotidianeidad en tres actos. El calor siempre nos deja fuera de juego… Atolondrados como una peonza mareada en medio del control remoto. Los rayos tentaculares del sol tan sólo nos permiten ver ‘La mitad del cielo’, por decirlo con título de película de Manuel Gutiérrez Aragón coprotagonizada por Ángela Molina y Antonio Valero. Aquí no siempre “huele la piedra a madre tierra”, como en el verso de Artur Rimbaud.
Un abuelo a medias atlético corre tras el nieto remolón mientras bordean la pista de la piscina, en un ejercicio circular que nadie toma a chacota. El septuagenario pronto puede ser víctima de un resbalón traicionero. La socorrista es insultantemente joven. Tan profesional en lo suyo y tan concentrada en su campo de visión. Procura socializar y así, de paso, generar confianza. Es un plus conductual cuya cláusula no figura en ningún contrato. Don Lorenzo -que atiza desde la altitud inapreciable- es un voyeur instalado en la ubicuidad dominadora de todas las secuencias. Las altas farolas otorgan un cierto sesgo versallesco a estos veraneantes en formato indoor. Levante la mano derecha quien no piense en el escrutinio del ejercicio físico. La piscina es un diván tendido a la tertulia. Pero asimismo un gimnasio a la chita callando. Ningún adolescente lee a Nabokov. Ya lo repetimos hasta la saciedad: en el interior de la piscina subsiste un grupo humano dinámico de voces párvulas -¿son estas las palabras de la tribu a las que hizo referencia el escritor postista?-. Chapuzones que huelen a infancia. No la desmembración de la hipérbole veraniega sino la tempera celeste con pigmentación de Sorolla. La piscina congrega de nuevo a los nadadores en ciernes. Aficionados esporádicos a las brazadas irregulares. No siempre arrítmicas. Gente del procomún que se bate en su propia cruzada personal.
Ya por la tarde noche algunos jerezanos decidimos hacer doblete. La jornada de la Virgen del Carmen -por ser Ella Estrella de los mares- bien merece una concatenación de localidades. En ninguna el oxígeno es foráneo. La Virgen, a sus plantas, siempre nos hace natalicios. Y de la procesión de Jerez, en menos que canta el gallo de Morón, a la procesión de Cádiz. ¡Cómo nos embelesa esta Madre, blanca de tez, con su hijo en brazos! Intenso disfrute para, una vez recogida la procesión, recalar, a propósito de la cena, ante la fachada del Gran Teatro Falla. Nos congratuló presenciar en la antepresidencia del paso de la Señora al gran académico, escritor y periodista J. J. León, toda una institución en el mundo de las Letras de nuestro sur del Sur. J.J. León -don José Joaquín Léon Morgado- ha escrito libros muy recomendables como ‘Me casé con un periodista’ o ‘El niño imaginero’. Asimismo, en la presidencia figuraba Maite González García-Negrotto -de tal palo, tal astilla-. Encomiable labor la de Maite en pro de la sociedad gaditana. Tal así en Jerez, igualmente en la Tacita numerosos jóvenes alrededor de la Madre de Dios. De regreso al coche, a las mismas puertas de la peña La Perla de Cádiz, observamos cómo la luna lunera era reflejo de plata quieta sobre las aguas que siempre dialogan en sordina con la sabiduría adulta de las piedras ostioneras.
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