Entre Jerez y Cádiz, a ritmo de jazz: Cyrille Aimée, Salvador Pascual ‘Patalo’ y Antonio Romera ‘Chipi’ (I)

Jerez íntimo

Cyrille Aimée hizo las delicias de las más de 700 personas congregadas en un concierto de ensueño.
Cyrille Aimée hizo las delicias de las más de 700 personas congregadas en un concierto de ensueño.

05 de agosto 2024 - 02:08

Tendríamos que circunscribirnos, como teoría de partida, a la idea del eteno retorno -filosofía andante- en base a los textos -nunca circunflejos- de Friedrich Nietzsche -ese mostacho donde subyacía las subversiones del profeta Zaratrusta- o bien al análisis parejo de Martin Heidegger. ¿En pureza hay que actuar como si la vida -esa caja de sorpresas, ese cajón de sastre, esa Torre de Oro, ese suspiro de marfil, ese verso insomne- se volviese a repetir? En el sonido tonificante del jazz, afirmativo. Por descontado que sí. Y no como soporte cuya linealidad nos procure una perspectiva, sino como la afirmación ontológica del ser. Cádiz se ha universalizado de nuevo en el saxofón de una apuesta -que se pretende viral a pitón pasado- capaz de retrotraernos a la vigencia -o sea a la inmanencia- del género jazzístico. Para, como un ciclón contrito en la combinatoria que suma conciertos y foro -realidad y teoría, la práctica y el estudio-, liberarnos de los estertores de lo postizo. Cuanto ha sucedido en Cádiz capital estos días atrás parecía de antemano reservado aposta para gente proclive a la cultura de minorías y -como vector aglutinante- para la reverberación de una querencia que -jamás contra todo pronóstico- deriva -sin traductores colaterales- en un modus vivendi. Esto es: filosofía de vida con banda sonora de bajo tenor. La cifra habla por sí misma: más de 6.500 asistentes.

El Festival de Jazz de Cádiz, que ha alcanzado su decimoséptima edición y cuyo natalicio se remonta a los prefacios del germinar de la década de los 80, ha hecho provincia. Jerezanos apenas asistimos una simbólica representación. Todo se andará en tanto la convocatoria condensa -siempre in crescendo- la excelencia programática de reputados ponentes y consagrados artistas del panorama internacional tales Kika Sprangers o Cyrille Aimée. Coexiste además -en la cuarta pared de sus conciertos y en el patio de butacas de sus sesiones de fórum- un microclima poético que sólo aciertan a desbrozar los empedernidos amantes del jazz. Una substanciación alternativa cuyo (oxigenado) trasvase nos exonera de corsés cotidianos (interpuestos por un sistema -a menudo subrepticio de esclavitudes maquilladas de tendencias en boga-) que, a la chita callando, acogota a la sociedad. El jazz es el huecograbado de la libertad. La quietud de una dinámica interior desprovista de quejidos. Kokoro. Trasantier y la lontananza. Alexitimia. Cafuné. Aishiteru. Hongi. El yoga del pentagrama. Una trompeta de retina azul.

Los contenidos del festival partían de dos propuestas programáticas: los conciertos y el fórum. Este último principiaba el viernes 18 con la conferencia -en la sala Argüelles del aulario La Bomba- ‘Cuando el jazz es una canción’, dictada por Javier e Irene Estrella. Jornada a jornada se sucedieron convocatorias tan llamativas como la proyección del audiovisual ‘Los archivos de Patalo’ en el bar La Parra de Veedor, la charla interactiva ‘El impacto ambiental de la música en vivo’ -con Marina Fernández, de Jazz Cádiz- y Lali Coello, del Área de Sostenibilidad de la UCA -en el aulario La Bomba-, el concierto didáctico para niños bajo las pautas de la Jove Big Band de Sedajazz, la videoconferencia ‘La industria musical en Palestina: exportando creatividad’ con Samer Jaradat, de Jafra Producciones o, entre otras actividades, la magistral conferencia de Antonio Romera ‘Chipi’, de La Canalla, ‘Cómo escribir la letra de una canción’. Ya caída la noche, trufada por una ambientación de frescor y calma chicha, dispuesta la serenidad para la melódica siembra de los conciertos, subirían al escenario artistas y grupos de renombre tales como Carlos Villoslada ‘Caba’, Double Guitart Quartet, Alto for Two, Jove Big Band de Sedajazz, Chipi & Chano, Sumrrá & Niño de Elche, Cyrille Aimée, Pedro Cortejosa, Ensemble de cuerda La Bramantina

Por cierto: el concierto de Cyrille el sábado 27 fue una apoteosis de virtuosismo artístico ante un aforo completo de 700 personas en el Baluarte de la Candelaria. No cabía un alfiler. La autora francesa hizo filigranas exhibiendo la musculatura de su piedra filosofal: una voz que no toleraba ni media décima de respiración. Voz de otra galaxia, otra dimensión, otro estadio. Voz como un instrumento troncal acompañada por tres músicos de talento inverosímil: Carl Henri Morissette (piano), Mateo Bortone (contrabajo) y Pedro Segundo (batería). La cantante francesa dijo que había conocido la Caleta y ademas probado el pescado frito. Y que, por consiguiente, “ya nos queremos quedar aquí para siempre”. Se hizo con el auditorio tan pronto saltara a las tablas. Las ovaciones prorrumpieron a menudo de modo espontáneo. Interpretó temas tanto de su último trabajo discográfico ‘A flor de piel’ como otros enraizados en el habitual repertorio: valga el ejemplo dulce y sonoro de ‘Ne me quite pas’. Cyrille sabe verbalizar el amor. “Yo me enamoro muy fácil. Lo hago para escribir canciones”.

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