Jerez: cine sin trampas ni cartón

JEREZ ÍNTIMO

'La trampa', actualmente en cartelera.
'La trampa', actualmente en cartelera.

21 de agosto 2024 - 05:00

Es ilustrativo observar cómo en Jerez no decae la afición cinematográfica. El séptimo arte posee un poder de atracción catártico. Permítame el lector -ahora que la canícula hace furor- recomendar una película para adultos que ni por asomo puede considerarse ni obra maestra ni cinta de impacto, pero cuyo visionado sí nos ofrece signos de actualidad susceptibles de larga reflexión. A veces no viene mal dirigir la mirada hacia el rincón de pensar. Me refiero a ‘La trampa’ -actualmente en cartelera-: no detallaré mecánicamente la sinopsis ni tampoco incurriré en una crítica técnica de la película. Sí espigo cuatro anotaciones que el espectador no ha de pasar por alto. Primera: el teléfono móvil como uno de los actores principales del filme. En el afiche de la película podría aparecer una fotografía de un Xiaomi o de un iPhone como careto de las primeras casillas del elenco actoral. Dichas sean las marcas al buen tuntún -sin pliegos de condiciones-. El teléfono móvil como mediador pero también como amenaza diaria. Como robot que nos alela a menudo y por lo común nos intercomunica.

El teléfono móvil como registro de claves secretas pero asimismo de rastros perversos. El teléfono móvil como chivato de lo prohibido. Como hemeroteca de lo prohibitivo. Como coleccionismo de vídeos de instantes paradigmáticos -aquel “confieso que he vivido” de Pablo Neruda o el cacareado “yo estuve allí” del carpe diem de la modernidad-. La biografía cromática de una experiencia con imprimatur audiovisual. El teléfono móvil -colándose de rondón, a la chita callando, en los virajes de nuestro día a día- ha arañado todas las fases vitales, ha trepado todos los tentáculos que subyacen en nuestro derredor, se ha encaramado a la cima de todas las interconexiones vitales y, por descontado, nos ha fagocitado, con su red de telaraña de Spiderman simulando gajes de Ángel de la Guarda, hasta el punto de desposeernos de la mínima libertad de acción y de relación si, ipso facto, desaparece de nuestro alcance. Si el teléfono móvil se escacharra, se hace trizas, se pierde abruptamente en la nada, nos deja, contra todo pronóstico, con una mano delante y otra detrás en medio de una realidad entonces obsoleta, impedida, desorientada de hábitos ya dependientes del WhatsApp y las agarraderas de internet.

¿El teléfono móvil como hacedor de un cosmos paralelo -que no alternativo- cuyo gramaje nos resitúa como personajes secundarios de una esfera tecnológica dictatorial y envolvente? ¿El teléfono móvil como colega o enemigo? Si la sociedad tuviese la vertiginosa opción de pactar la eliminación de los teléfonos móviles para resetear un novísimo modus vivendi, la respuesta sería “el número al que llama no se encuentra disponible en estos momentos…”. O se crearía un animado grupo de WhatsApp para consensuar al alimón la parte contratante de la segunda parte (siempre, naturalmente, a beneficio de inventario). O se fomentaría un canal también de WhatsApp para colgar rítmicamente las últimas noticias del plural aunque unidireccional debate.

Segunda: ¿El submundo y el trasmundo de los conciertos –“música es”, diría Eros Ramazzotti- de multitudes precisa -en puntuales referencias- de una seguridad -o de un blindaje- por veces mayor? Responde a un movimiento de masas periférico que acrecienta el efecto multiplicador de la peligrosidad: una respuesta social cuya matemática incurre en el alto riesgo. No hacemos acopio del descontrol organizativo ni mucho menos. Aquí los promotores brillan por su contrastada profesionalidad. Sí aludimos al in crescendo ambiental -según la dinámica de pasiones desatadas- toda vez el icónico artista salte al escenario. El éxtasis emocional. La cumbre del yo que explosiona. El hervidero bailongo de la cuarta pared. El público que no acoge a ningún llanero solitario. Aquí no flota la calma chicha de George Sand escribiendo ‘La charca del diablo’. O de Alfred de Musset plumeando ‘La historia de un mirlo blanco’. Todos los asistentes acuden expidiendo la predisposición de una certeza previa -con melodía pegadiza de Raphael-: “qué pasará, qué secreto habrá, puede ser mi gran noche”. La elección de este tipo de espectáculos -colosos de concurrencia- para la incursión -a menudo de extranjis- de individuos de insanas intenciones -o, en el peor de los casos, consumados aspirantes a carne carcelaria-. A río revuelto, ganancia de pescadores. La aglomeración de personas juega a favor de la anonimia, de la trinchera posicional, del escondrijo a pecho descubierto.

Tercera: Hasta qué punto desconocemos y descodificamos el perfil humano y humanitario de las estrellas de la industria musical -quizá por el envoltorio de plástico y superficialidad que se le presupone al gorigori de las redes sociales-. Y cuarta: el amor incondicional y sagrado por los hijos permanece y prevalece por encima de cualquier otra requisitoria adictiva e inclusive delictiva. Y viceversa. ‘La trampa’ nos mantiene atentos a la gran pantalla sin pestañear de principio a fin. Un consejo: no deje de sospechar de su eventual compañero de butaca…

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