Jerez: ciudadano Kane, filólogo Wayne y periodista Chaves Nogales

El conocido escritor y periodista Wayne Jamison ya es, oficialmente, filólogo.
El conocido escritor y periodista Wayne Jamison ya es, oficialmente, filólogo.

03 de julio 2024 - 03:03

La mirada clara como una consigna astral. El pelo denso y recio, como una duna tostada de sol. La expresión clarividente, como un manantío de lucidez. En el periodismo que cultivaba a borbotones -vocación sin recato- nunca encalleció la singularidad del interregno porque su soberanía profesional se plateaba -y se pateaba- de léxico y análisis. Fue periodista veinticuatro horas al día. Escribía como los ángeles custodios que nunca forcejean en los meridianos invisibles de la Giralda. Allí donde clavó la retina, como un mirador agudo y abisal, derramaría tinta -ni china ni de calamar- sobre las cuartillas de un oficio de urgencia. El periodismo no es estaca sino profundidad y desbrozo. Mezcló como nadie el acento y la ironía. Meditación y sugerencia. “La tragedia de Andalucía -dijo a pecho descubierto- es su ausencia de reflexión”. Sabía merodear por los secretos aún inadvertidos de las ciudades. Sobre todos las del Hondo Sur. Fue cronista local de fuste, con derrames de amor platónico. Y reportero de las Españas forzadas al cainismo congénito. Vez tras vez invitaba al pensamiento a buñuelos. Acertó a denunciar la explotación de los pobres de solemnidad colocando la máquina de escribir en las trincheras sordas de los corrales de una suerte de andalucismo desgañitado de siglas. Fue un revolucionario del papel prensa hasta la extenuación. La noticia, de pura inmediata, ardía en la yema de sus dedos, como una transfusión caliente de actualidad. Romántico plenisolar, quiso llegar al fondo de las cosas, en tanto “esa hondura es el fondo de nuestra alma inexplorada”. Me refiero a un escritor total que, Deo gratias, ha sido recuperado y, por consiguiente, reeditado durante los últimos años: Manuel Chaves Nogales.

Pongámoos en situación. Hacia el útero del “blanco violento de la cal andaluza”. Después de unas gestiones profesionales despachadas en el centro neurálgico de Cádiz capital -siempre salada claridad vespertina de plazas abiertas a la algarabía de balonazos y churretes de cremas pasteleras-, opto por perderme aposta en uno de los templos de Salomón de las Letras antiguas y de ocasión a las gaditanas maneras: vale decir: uno de los establecimientos que cobija esta piedra ostionera de tres mil años según su trazado callejero: la librería Raimundo. Allí no mato el tiempo sino lo optimizo como una elástica extensión de su medida. Sonrío de oreja y oreja. La expresión adopta muecas al estilo de un ilustre hidalgo manoseando novelas de caballerías. En los estantes que repechan las paredes no encontramos sólo sóta, caballo y rey. Los volúmenes se expanden, crecen en un efecto multiplicador nunca caótico, como una Alejandría con ritmo de 3x4 -compás de tres negras a razón de dos corcheas cada una-. Como un silbido de Manolo Santander en los mostradores retrospectivos de cualquier Biblioteca dieciochesca. Ojeaba y hojeaba a capricho entregado a una calma chicha parecida a la que plantea la música del benedictino Guido de Arezzo.

Accede a la librería un señor que solicita retirar un título previamente solicitado algún familiar vía telefónica: ‘El maestro Juan Martínez que estaba allí’. Tan pronto escuché esa sucesión de palabras, di un respingo. Ni el cliente -que acudía por encargo- ni el librero acertaban de entrada a descorchar el nombre del autor. El programa informático enseguida resolvió el interrogante: Manuel Chaves Nogales. Sonreí tras las cortinas de mi fuero interno. Chaves Novales vuelve a las andadas también en las librerías de viejo. Como un Lázaro de la escritura milagrosa. A principios del pasado mes de marzo tuve la oportunidad de beberme, en un par de sentadas, ‘El maestro Juan Martínez que estaba allí’. Prosa pulida de estilo. En la página 93, por ejemplo, leemos: “Entretenía yo el hambre divagando por los muelles de Odesa una mañanita del verano de 1921, cuando me llamó la atención un hombre que dormía a pierna suelta en un banco del malecón, boca arriba, con la cabeza colgando, la rubia y rizada pelambrera alborotada, brazos y piernas liados en una arpillera sujetas con cuerdas”… Ya antes había leído, con delectación, otros libros de Chaves Nogales como ‘A sangre y fuego’, ‘Juan Belmonte, matador de toros’, ‘La ciudad’, ‘Semana Santa en Sevilla’, ‘¿Qué pasa en Cataluña?’ o ‘La agonía de Francia’. “¿Para qué más reliquia? Trabajar amorosamente nuestro barro es la labor de los que fuimos colocados bajo la advocación de las alfareras”. Chaves Nogales podría haber escrito con soltura el guión de ‘Ciudadano Kane’ e incluso haber formado parte de su elenco actoral.

A menudo departo por largo con mi buen amigo y además hermano Luis Prieto sobre lo divino y lo humano. Todo un placer conversacional tertuliar con tan reputado abogado y exquisito lector a propósito de nuestra común devoción por Manuel Chaves Nogales. Hace apenas cuatro o cinco días recibo una grata noticia focalizada sobre las buenas nuevas de otro amigo: Wayne Jamison Jiménez de Bentrosa. Acaba de revestirse de los laureles de nuevo filólogo. Ya lo es oficialmente. ¡Enhorabuena! Y además con un trabajo de final de grado sobre Chaves Nogales. ¡Ahí es nada! ¡Ya podemos fundar un club, querido Luis! Ojalá pronto llegue a nuestras manos ese jugoso texto de Wayne sobre Chaves Nogales, aquel inagotable periodista que supo ganarse el pan y la libertad con el sudor de su periodismo siempre al pie del cañón.

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