Jerez íntimo
Marco Antonio Velo
Jerez: mis conversaciones con Francisco Holgado Ruiz (II)
Jerez íntimo
¿Cómo es el día a día de Francisco Holgado? “No hay ninguno igual. Cada día tiene una aventura distinta. Por la mañana, cuando me levanto, siempre me pregunto qué me tiene preparado el Señor. Porque, como además tengo la suerte de estar en distintos ámbitos, y tocando distintos palos… Lo primero del día es la oración. Porque entiendo que el cristiano sin oración… Si estamos vacíos por dentro, poco podremos dar. Luego también mi vida laboral. Soy funcionario del Ayuntamiento, empleado municipal. Llevo ya treinta y dos años. En un ámbito muy especial. Hace cuatro años he vuelto a mis inicios porque yo, cuando entro a trabajar en el año 1993, el 2 de febrero, día de la Presentación del Señor, lo hago en el cementerio de Jerez. Permanezco catorce años allí. La primera etapa estuve trabajando con los hermanos fosores, que aún estaban en el cementerio. Yo entro porque ellos se iban. Llegué, como te he comentado, el 2 de febrero y ellos se marchan el 28, día de Andalucía. Mi función entonces era enterrador”. Este quehacer, presupongo, no debe ser fácil: “Hay que servir para ese te oficio. En efecto no es nada fácil. Quema muchísimo. Porque estás conviviendo continuamente con el sufrimiento de otro. Algunos te tocan más de cerca, otros más de lejos, pero no deja de ser sufrimiento. ¿Y quién se frota las manos viendo cómo otros sufren?”.
A tenor de los actuales desempeños que Francisco afronta a diario, parece que sus inicios como enterrador estaban escritos como una suerte de anticipado determinismo conducente a su propio destino. “Así es. Con ocasión de la venida de la Virgen del Carmen al cementerio, por el cincuenta aniversario, estuve hablando con el superior de los fosores, Hermenegildo, pensando con él en voz alta, y preguntándome que quién iba a decirme, cuando contaba apenas 18 años de edad, y al andar del tiempo, que sería encargado del cementerio municipal, cuando además ya me había ido y aun estado muchísimos años fuera de ese servicio. Pero me llamaron para esta responsabilidad y no lo pensé dos veces, en tanto soy persona dada a los retos. Lo asumo, por descontado, como un servicio. Ciertamente cobro por el mismo. Pero no obstante hay que hilar muy fino: es un sitio muy delicado. Y hay que aprender cómo se responde en cualquier instante. Un gesto, cómo se actúa… Hay personas que no te están hablando con la entereza que desearían, sino desde el sentimiento a flor de piel. A veces no saben ni lo que hablan. O incluso llegan al insulto, pero tienes que excusarlos. Sí, hay que hilar muy fino”.
El lector, de seguro, podrá preguntarse en qué consiste la Pastoral de Exequias… “En primer lugar -explica Francisco- hacer presente a Jesucristo Resucitado en medio de un acontecimiento, que es tan fuerte como la pérdida de alguien a quien se quiere. A quien se ama. En segundo término: el Evangelio. Llorar con el que llora. Sufrir con quien sufre. ¿Qué hace el Señor cuando va a despedir a su amigo Lázaro? Hacer presente a Cristo en medio del sufrimiento del otro. Y, repito de nuevo, no porque uno se quiera rasgar las
manos viendo cómo otro llora. Porque el llevar tirilla no significa que uno sea de piedra. Te decía al comienzo que uno es hijo, es esposo y es padre. Si te toca enterrar a una madre, o a un marido o a una esposa… o a un hijo de… ¿A quién no se le remueve las entrañas? El nudo en la garganta, sí, que se te quiebre la voz alguna vez, pues también”.
Hete aquí la calidad humana de quien se deja la piel en cada acto de servicio a la Iglesia: “Cuando llegó el momento de la ordenación, yo le pedí al Señor que me concediera -y fíjate que ahora el Papa lo dice continuamente- no ser un funcionario. Porque yo no bautizo siempre al mismo niño, no caso siempre a la misma pareja, no despido el cuerpo siempre de la misma persona… La persona es única, nosotros somos únicos. La familia es única. El acontecimiento de cada familia -su idiosincrasia- es único. Yo puedo hacer cuarenta funerales y todos son distintos. Porque todos somos diferentes. ¿Por qué tengo yo que hacer una matemática de algo que no debería serlo? Primero, egoístamente, por mí, porque sería muy aburrido, ¿verdad? ¿Qué palabras se le puede decir a una madre cuando despide a un hijo, que lo ha llevado en el vientre? Humanamente no hay consuelo. No lo hay. ¿Por qué está la Iglesia aquí presente? Pues porque quiere significar que la última palabra no la tiene la muerte. La tiene la vida. El Credo. Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna. Dios vence a la muerte: Jesucristo resucita y sale victorioso. Hay que vencer ese miedo. Y es que, además, como en esta vida nos gusta tenerlo todo atado... ¿Qué miedo tenemos? Pues que no sabemos qué hay, a dónde vamos, qué va a pasar, si vamos a pasarlo mal o si vamos a pasarlo bien, esa inseguridad… El Señor promete un cielo nuevo, una tierra nueva. Una felicidad completa. Entonces, como dice san Pablo, morir es, como mucho, lo mejor. Es estar Contigo”.
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