El microscopio
La baza de la estabilidad
Jerez íntimo
Aún no se ha hecho la noche pero acaba de salir un claro de luna de la iglesia de San Dionisio. Su resplandor es alto como una Torre de Marfil. Huele a vainilla. El incienso verticaliza las filigranas de sus volutas. Han enmudecido las campanas de la ciudad. La estampa de nuestra Madre nos pellizca la sangre. Se abre de par en par la fórmula del amor materno filial. Ella es blanca como la arteria de un Ave María. Suave como una semicorchea. Ella, solamente la hermosura -la hermosura virgen-, modelo de Fe, Ella… como un suspiro que a medias germina. Ella, cuya aureola no se diluye en lo oscuro. Ella, que reinterpreta el lenguaje del silencio. Mírala una vez más. Viene, tan rota por dentro, bajo un palio antiguo. La advertirás en en el triángulo escaleno que forman la horizontalidad de las lágrimas y el ángulo entreabierto de sus manos. Contrapeso de claroscuros. Expresión que se destapa y se resquebraja como el roce de un interrogante. La palidez de lo incandescente. Cordillera de toda plegaria, al filo de cada desazón. La materia ha desaparecido. Sólo anida el magisterio del Espíritu. De repente una marea humana se congrega como un Niágara de purificación. Caminan los ángeles de acá para allá. Se escribe de nuevo una página, sin comas ni acentos, de la intrahistoria de Jerez. La flor, la fábula, la unción, la cantidad de besos de nazarenos muertos impresos en la encarnadura de esta Madre de siglos. La nata del recuerdo, la espiga devocional de cuantos nos antecedieron. Ella hizo un verso de cada Jueves Santo. Ella, sordo estallido de piropos, la rosa que antes no hallaste, la Bienaventurada.
La procesión Magna es un efecto retroactivo, tan de vísperas, en esta jornada de viernes. La augusta espuma del Stabat Mater. La Hermandad del Mayor Dolor, con tamaña puesta en escena, ha reivindicado el rico patrimonio histórico que atesoran las Hermandades. Probablemente buena parte del mismo -yunque de lo pretérito- permanece guardado en un cajón de intocable atemporalidad. Como el romántico legado vitalicio de un clasicismo con fecha de caducidad que ya a nadie se muestra. Como la enseña de los orígenes cofradieros jerezanos custodiados -más bien blindados- bajo las siete llaves del no pasarán. Prohibido a la vista de las nuevas generaciones. Alguien me comenta: “Es una pena que todo este rico tesoro de las Hermandades no pueda disfrutarse en la Magna y por el contrario sí se luzca otro patrimonio que ni es jerezano ni ha sido realizado para la Hermandad que lo va a lucir”. El comentario se va generalizando entre quienes poseen criterio y conocimiento de causa. No es crítica, sino reflexión. Reconsideración. ¿Idea, con sello de idiosincrasia, para una futura propuesta local?
La Virgen del Mayor Dolor conmueve con su blancor de azucena. Consolatrix aflictorum. Va arropada por una multitud que no decrece. De la solitaria estampa que presentaba la zona, hace apenas un par de horas, a esta exquisita proclamación de las masas. ¿Que ha motivado al respetable salir a las calles? Esta respuesta de la ciudadania nos explica que el
gancho actual de las Hermandades no estriba tan sólo en bandas mediáticas, cambios de costero a costero o petaladas de ensueño… También existe un público atraído por este derroche de romanticismo y exquisitez, posiblemente otrora rechazado por la moda sevillanizante. He ahí la enseñanza de la Hermandad del Mayor Dolor, que ha apostado sin reservas ni complejos por lo suyo, evitando quizá la novelería o el capricho de pedir por pedir cuando a decir verdad no lo necesita en razón a una historia y un patrimonio que a todos también nos llena de orgullo.
A medida que anochece se hacen más presentes, en las presidencias de la nostalgia, los cofrades del Dolor de toda la vida que hoy habitan un sol sin mañanas, que hoy disfrutan una cofradía sin hora de recogida y que hoy no cumplen ya años sino ritos de celestial pureza. José Ruiz de Velasco Navarro -voz ronca, fino sentido del humor, corpulento-, Emilio Rivelot Pérez -tan dado a la escritura, tan evangélico, tan claro de tez, tan nítido de palabra-, Juan Gavira Rivera -manos de artesano del rostrillo y el alfiler, mariano por la gracia de Dios-, Eduardo Barra -cofrade familiar, hombre de oro de ley, cejas canas, recortes de periódicos antiguos con noticias históricas de cofradías en los bolsillos de sus chaquetas, cariñoso, cercano-, Ángel Sáez Lalana -derroche de simpatía, ingenio y capacidad para la gestión-, Pedro Luis Morión -un señor, un caballero, un apóstol de Cristo en su corporación-… La Virgen del Mayor Dolor “lloraba y todo lloraba con Ella”, como dijo Antonio Rodríguez Buzón de la sevillana Virgen del Valle en su Pregón de la Semana Santa. La Virgen del Mayor Dolor, por Taxdirt, detuvo el tiempo. ¿Verdad que sí, Charete Chica Bermúdez que, cirio en mano, también recordaste el cariño por esta Hermandad que te legara tu querido padre, Luis Chica López, hoy ya junto al Señor del Ecce-Homo?
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