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Jerez íntimo
No cupieron en sí, de pura felicidad. Ambos parecían susurrarse la sed de amapolas que aún estiliza la melodía de Eros Ramazzotti: “Completamente enamorados, alucinando con nosotros dos”. Ella -joven, lírica-, ya en el altar, blanca y radiante como en la canción del chileno Antonio Prieto, se repetía a sí misma, como en un monólogo interior de frase única, el dulce aserto de la canción ‘Rosas’ -de La oreja de Van Gogh-: “has decidido mirar a los ojitos azules que ahora van a tu lado”. El novio, que azuleaba el cáliz del Señor de la Cena con su iris de hijo bueno, recordaría la letra de Manuel Alejandro: “Yo no tuve que buscarte: tú ya estabas”. La iglesia de San Marcos, este pasado sábado a partir de las siete de la tarde, se hizo verso escrito a dos manos por Emily Dickinson y Gustavo Adolfo Bécquer. El amor -que nada engríe- se sustanciaba entonces como la cosa mas tierna del universo. Los adjetivos aún no hallados agavillarían palabras del cantautor Gianluca Grignani: “Te hablaré de la sonrisa tan definitiva”. Miriam González González y Alejandro Revaliente Mera. Alejandro y Miriam. ‘When a man loves a woman’, en elección de Osvaldo Igounet…
Miriam y Alejandro, hombro con hombro. Ella -con la emoción en carne viva- quiere confesarle aquello que canta Laura Pausini: “Desde el ruido del mundo, desde el giro de un carrusel, desde el fondo de mi ser, desde estas ganas mías de vivir, quiero decirte que te amo, quiero decirte que eres mío, porque eres tan igual a mí. Quiero decirte que te amo, porque es mi única verdad. Tú no me sueltes de la mano”. Él, temblorosa la comisura de los labios, escucha en lo hondo la voz de Rafael Ruiz ‘el Bomba’: “La quiero a morir. Ella para las horas de cada reloj. Y levanto una torre desde el cielo hasta aquí y me cose unas alas y me ayuda a subir, a toda prisa, a toda prisa. La quiero a morir. Sólo puedo aceptar ser sólo suyo”.
Sus padres -Ángel Revaliente y Soledad Mera, de Alejandro; Jorge González y María del Rosario González, de Miriam- rememoraran el milagro del nacimiento y crecimiento de sus hijos -mientras los recuerdos fluctúan a vista de pájaro-: el día del parto con “carnecita de gallina”, como en el pasodoble de Antonio Martínez Ares: “Y sus dolores por mi mano se me fueron: habrá que ponerle un nombre”; las veces de la ea, ea, ea en la nana de los brazos de agua de la nostalgia; bebés de mofletes de biberones tras el desfile de las primigenias lunas luneras; aquellos primeras pisadas de titubeo y equilibrismo cuando Miriam y Alejandro -tan párvulos- aprendieron a solas a dar sus primeros pasitos en el centro de gravedad del caminar hacia la vida; niños juguetones luego con risas de algarabía, las celestes inocencias, las postreras travesuras; los dientes de leche; aquellos nervios de la
Primera Comunión, la adolescencia…-. Duérmete, mi niño, duérmete, mi niña, y soñad con angelitos de verdes alas, de verde vuelo, de verde guardabrisa…
El crepúsculo es neutro pero la alborada siempre partidaria de quienes anudan el lazo del amor. Todo aconteció en el filo de cristal de la tarde. Alejandro está muy vinculado a la iglesia de San Marcos en su condición de hermano de la Cena desde su niñez -costalero y actualmente miembro del equipo de capataces de Martín Gómez Moreno-. La Eucaristía, con velación, estuvo presidida por don Mario Pardos Ruesca, quien fuese durante siete años director del colegio salesiano Manuel Lora Tamayo y hoy día dirige el colegio salesiano San Ignacio, de Cádiz. Actuaron, como padrinos, el padre de la contrayente, Jorge González y la madre del desposado, Soledad Mera Guijo. Sumaron hasta quince los firmantes como testigos, todos ellos amigos del nuevo matrimonio, siendo los primeros a la hora de testificar Blanca Rodríguez y Ramón Martínez. Durante la ceremonia intervino Laura Muñoz, canto diáfano como un lucero de clorofila. Alba Revaliente Torreira ejerció de damita de honor -el algodón de la ternura, concilio de todas las purezas-. Tras la ceremonia se festejó el enlace en bodegas Fundador, cuya duración se prolongaría hasta las seis de la mañana. Durante la fiesta matrimonial prestaron su colaboración musical Manuel de Cantarote y el grupo ‘Sobre tablas’. Miriam y Alejandro ya se encuentran disfrutando de su Luna de Miel en diversos países de América del Norte. Comienza una historia de verdad y de beldad cuya escritura contendrá el latido del verso de Gerardo Diego, allí donde “los verbos irregulares brincan como alegres escolares”.
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