Cambio de sentido
Carmen Camacho
Una buena rave
Jerez íntimo
Ni modos, como repiten hasta la saciedad -en un coloquial contexto de camaradería- nuestros hermanos mexicanos. O ni hablar del peluquín, tal dicen aquí los cincuentones que, poco antes de caer rendidos en el balancín de la edad del pavo, leyeron de chiquillos las hazañas de Pepe Gotera y Otilio. No, nones, nanai de la china. No estoy dispuesto a recurrir a la manida y cacareada espalda de Baltasar para anunciar la segunda buena nueva del año en curso, tras el Nacimiento del Niño Dios, o sea: el pistoletazo de salida de la cuenta atrás del almanaque con olor a incienso -que es oasis y preludio de un edén con calambre del costillar- para los cofrades. Nos empeñamos erre que erre en asignar una fecha al siempre adelantado comienzo de la pre-Cuaresma. Aquí el debate no admite componendas. Así como Manuel Machado ya sentenció que “hasta que el pueblo no las canta las coplas, coplas no son”, el pueblo de la ciudad de Jerez -toda gran ciudad también sostiene la histórica sabiduría de un pueblo dentro de sí- ya tácitamente ha proclamado -con voz sin palabras de su silencio blanco- que la pre-Cuaresma comienza el lunes del traslado del Señor de la Vía-Crucis al altar mayor de San Francisco como acto previo al comienzo de su tradicional Solemne Quinario. Ni el calendario ni la espontaneidad popular han acuñado una terminología más exacta que ‘tiempo de vísperas’ para este prólogo de las horas del gozo que, a ritmo de paso de agua, se nos echa encima. Cuánto ha de venir, in ictu oculi, ya está aquí.
Al ‘tiempo de vísperas’ le salió durante años -pues anual fue la periodicidad de la publicación- un hermano gemelo en cuanto al aserto y acierto de la denominación verbal que nos ocupa. Me refiero a la mítica revista sevillana y cofradiera de título glorioso: ‘Albores de Primavera’. Tres palabras directas y dilectas que encierran y liberan toda la cosmología, todo el microcosmos del racimo de semanas que anteceden a las jornadas pasionales. Recuerdo cómo me fascinó -siendo un servidor adolescente- aquellos ejemplares que hallé en la interesantísima biblioteca de la secretaría -clásica, con mobiliario de cofradía de abolengo- de la Hermandad de Loreto. Toda una cátedra, en letra impresa, negro sobre blanco, de un cofradierismo de esencia. O, por mejor decir, de quintaesencia. ‘Albores de Primera’ salía publicada cada mes de marzo. En Jerez tuvo acérrimos lectores, e incluso coleccionistas, entre los que se encuentran cofrades como Manuel Martínez Arce, Juan de Mata, Rafael Cano… Hablamos de una revista muy originalmente diseñada -con sobriedad estética de cofradía de negro- cuyos editores, Manuel Ferrón Juárez y José García Cañestro, conocían el paño según la autoridad de la experiencia en primera persona. Buena parte de la culpa del expansivo éxito, y de la línea editorial -nada amarillista- debemos atribuírsela, con honores bajo mazas, a su director: Remigio Ruiz Fernández.
‘Albores de Primavera’ era teología, era piedad popular, era formación cristiana, era literatura. Formación, lirismo y narrativa se dieron la mano durante décadas. El amplísimo número de colaboraciones se circunscribían a la temática semanasantera aunque nunca se descartó un considerable número de aportaciones, en las últimas páginas de cada número, dedicadas a la Feria. La lectura de ‘Albores de Primavera’ aún constituyen hoy en día una escuela de aprendizaje cofradiero. Echamos una ojeada a los números correspondientes a los años 1959, 1960 y 1961. En el ejemplar de 1959 -que es el número 6-, por ejemplo, podemos encontrar, entre otros, trabajos como los siguientes: Las procesiones (Ramón Ferreira Beltrá), Centenario de cofradías sevillanas (J. Luis Pedregal), Un siglo de literatura sobre Semana Santa Sevillana, La interior Semana Santa Sevillana (J. Luis Pedregal), La saeta (Nicolás Fontanillas), La humildad en las cofradías (José Andrés Vázquez), poema Solo con Él' (Ramón Charlo), Cristo y la mujer (Amantina Cobos de Villalobos), poema La mano, cirineo de la voz (Juan García-Izquierdo), ¡A esta es! (Ramón Jiménez Tenor), El nazareno pequeñín (Amantina Cobos de Villalobos), Triana en Semana Santa (Salvador García García), Ha muerto un capataz (Florencio Quintero)…
Suma y sigue: poema A nuestro Padre Jesús de las Penas (Carmen Ortiz Guerrero), Las milagrosas espinas del Cristo del Amor (José Andrés Vázquez), El Lignum Crucis de la Estrella (Ramón Jiménez Tenor), poema A la Virgen de los Dolores a su paso por la Plaza de la Gavidia (Miguel Román y Pérez de la Gomera), poema Al Cristo de la Buena Muerte (Carmen Ortiz Guerrero), poema La Candelaria (M. Gómez Amores), Efemérides Cofradieras (Juan Agüero Naranjo), poema Jueves Santo (Paulino González Jiménez), poema Esperanza de Triana (Nicolás Fontanillas), Aquella saeta... (Salvador Fernández Álvarez), poema Ante el Señor de las Penas (Ramón Gómez López), poema La Virgen de las Angustias (Manuel Barrios Masero), poema Sinfonía del llanto (Antonio Rodríguez Buzón), Jueves Santo ante Jesús de la Pasión (Agustín Capitán Álvarez) y poema Al Cristo del Calvario (Manuel Vázquez Moya). Todo esto sin contar el horario e itinerario de las cofradías, el álbum fotográfico, un apartado dedicado a la Semana Santa de Dos Hermanas, la sección de la Feria y las páginas dedicadas exclusivamente a toreros. ¡Sirva esta columna como tributo a cuantos jerezanos leyeron con fidelidad y seguimiento tan magnífica publicación!
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