Don de gentes, don de mando, don de vida, don… Andrés (y II)

Jerez íntimo

Andrés Luis Cañadas, en la entrega de la Medalla de Honor del Instituto de Academias de Andalucía a Pilar Paz Pasamar.
Andrés Luis Cañadas, en la entrega de la Medalla de Honor del Instituto de Academias de Andalucía a Pilar Paz Pasamar.

26 de septiembre 2024 - 05:40

Jerez/Suenan las teclas de una máquina de escribir que, robándole minutos al frenesí cotidiano, entretiempo, escribe el Pregón de la Semana Santa de Jerez de 1978 en el salón de un hogar con júbilo de mellizas a punto de nacer. Suena la primera declaración sobre las tablas de Villamarta: “Yo confieso, ante Dios Padre, que me abruma la responsabilidad y el orgullo de ser Pregonero de Jerez”. Suena la voz de Manolo Doña retransmitiendo la recogida de la Hermandad de la Buena Muerte. Suena ‘Cartel sonoro’. Suena el vínculo sempiterno entre Andrés y aquel hijo de Dios que quiso ser obispo a su manera: el primer encuentro entrambos aconteció en la emblemática Cafetería Manila. Suena la complicidad, y sus redobles de senequismo, con ‘Juan de la Plata’. Suena la clarividencia de algunas noches en vela “con dos cunas, una a cada lado de la cama de matrimonio”. Suena la categoría periodística de Antonio Rodríguez Liaño en ‘El loro amarillo’. Suena el femenino singular de Eloísa Roldán.

Suena la muestra evidente de cómo Andrés fue un adelantado a su tiempo en cuanto a funciones de moderno staff empresarial se refiere -¿o acaso no ya ejerció nuestro periodista, cuarenta años ha, de cuanto hoy se denomina CEO o Chief Executive Officer, proyect management, CFO, etcétera?-. Suena la también traza estratégica de responsabilidad social corporativa promovida por Andrés al hilo de la ahora tan vigente propuesta transversal: como botón de muestra aquel Certamen de Primavera por sevillanas coorganizado a principios de la década de los 80 por Radio Popular, ACOJE, Ayuntamiento de Jerez, Diputación de Cádiz, peña jerezana ‘Los lagartos’… Suena la dicción -¡tan exacta, tan gramatical!- de Andrés tomando posesión como académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras. Suenan las llantas de su automóvil, en viaje de ida y vuelta, Sevilla-Jerez-Sevilla, todos los martes, durante infinidad de años, para jamás faltar a una sesión académica pública. Como Secretario General estuvo atento a todo y a todos. No pudo tener la Academia mejor influencer sin necesidad de Youtube. Un coach con resonancia de diccionario de Julio Casares.

Suena, en voz baja, la sonrisa socarrona de Andrés cuando, en alguno de los asientos de la última fila del ala de académicos –“siéntate siempre aquí conmigo, Marco”-, desde la que se divisaba y controlaba, al frente, tanto la mesa presidencial como, a la izquierda, las escaleras y el acceso a la sala principal- te apostillaba detalles combinados de ingenio, gracejo y sabiduría. Andrés guiñándote -y manteniendo el guiño muy apretado durante unos segundos- cuando el ponente expresaba un dato esclarecedor o una directa sin paños calientes. Andrés siempre supo poner la cejilla de su expresión entre la voz calma y la voz enérgica al hilo de la confidencia o de la necesaria coronación de los puntos sobre las íes. Sabía templar la suerte y asimismo recibir a portagayola. Suena la calidad de la ironía inteligente que Andrés dominaba con mano diestra. Suena ese sentido del humor que arrugaba la nariz cuando la risa -con claro sonido de je, je, je- ya entornaba los ojos e inclinaba levemente hacia atrás la cabeza.

Suena el clásico “está claro” de Andrés cuando corroboraba una argumentación tuya. Suena el disfrute de Andrés –“vamos a alquilar otra vez un microbús para los académicos que asistamos”- en las largas y provechosas jornadas del Día de las Academias de Andalucía allí donde cada año tocara. ¡Qué memorable jornada en Antequera, verbigracia! Andrés, tan cariñoso y paternalista, cuando te mostraba, ilusionado, el elegantísimo juego de doce copas -en ricos estuches forrados de terciopelo- con el escudo dorado de la Academia sobre el cristal de cada una de ellas, como regalo personal para tu boda, ¿verdad que sí, Jaime Bachiller que estás en los cielos? Suena la narración de capítulos gloriosos o tristes de su vida en aquellos encuentros, a dos y a puerta cerrada –“nos vemos a las doce y media en la Academia, charlamos, y luego tomamos una copita”-, para llevar al día tanto la Secretaría General como la comunicación de la docta casa jerezana. Suena el llanto contenido de Andrés -mejillas enjugadas en la remembranza del trance- cuando te relataba al detalle aquella durísima enfermedad de la que, haciendo de tripas corazón, salió airoso.

Andrés fue la romana asunción de la auctoritas. Y un sentimental noble y bueno. Suenan ahora los fundidos abrazos con su mujer María del Carmen, con su hija Carmen, con Manolo Yelamo, con Manolo Martínez Arce, con Lete, con Vicenta Guerra y su hermano Pepe, con Adrián Fatou, con Paco Pinto, con Manolo y Paco Ruiz Cortina, con Pepe Rodríguez Carrión, con Sixto de la Calle, con Paco Barra, con Pepe Sanchez, con Eduardo Rinconada, con Pepe Ristori, con Luis Gonzalo, con el pintor Padilla, con don Rafael Bellido Caro, con don Juan del Río Martin, con Carlos Amigo, con … Cuando nuestro obispo don José Rico Pavés acertadamente subrayó “los dones” humanos y profesionales de nuestro periodista por antonomasia, ante un ataúd de negro paño, se me ocurrió entonces un título para su posible necrológica: don de gentes, don de mando, don de vida, don… Andrés.

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