Jesús Rodríguez

Jerez de los jardines (I)

10 de septiembre 2024 - 12:00

Lo que movió a los políticos y adinerados jerezanos del siglo XIX a llenar la ciudad de jardines que buscaban ser un remedo de bosques naturales -los jardines llamados victorianos-, no fue solo el afán de embellecer la ciudad y sus casas, bodegas e industrias con plantas, árboles y hasta pequeños lagos artificiales, sino el deseo de acercar a las viviendas ese campo y esas arboledas que contemplaban desde azoteas y miradores. Tanto proliferó en nuestra ciudad este tipo de jardín que bien podría llamarse al Jerez de entonces, Jerez de los jardines

Obsesionados con la estética del jardín inglés, recortado y simétrico, encomendaron a arquitectos reconocidos que se olvidaran de nuestro jardín español y diseñaran parques en la ciudad y jardines en el viejo caserón atestados de arrayanes, fuentes de elegantes tazas de azulejos verdinegros; avenidas de cipreses; estanques habitados por ánades y lotos… 

Jerez se llenó así de parques y jardines ávidos de parecer bosques. Sin embargo, bastaba con rascar un poco en la piel de aquellos hermosos espacios floridos para que se viera enseguida que eran simple artificio: la rectitud intachable de los paseos; las veredas definidas por columnas y pedestales de estatuas; las glorietas coronadas por cúpulas cubiertas con rosales de té y, sobre todo, el enrejado o los muros que envolvían el espacio, decían a los cuatro vientos que aquello era mera apariencia, el escenario de un falso teatro al aire libre.

A la naturaleza, sin embargo, no le gustaba este inmiscuirse del hombre en una función que siempre fue de ella y decidió tomar venganza. Como le gana en sabiduría, paciencia y constancia sabía que solo tenía que seguir a lo suyo sin prisa ni impaciencias, ya que todo era cuestión de tiempo. Conocía bien a los humanos, porque trató ya con el primero, y tenía constatado que todos los que de él nacieron tuvieron siempre idéntica inclinación por ese capricho que se dice <>, que se resuelve en que el entusiasmo por una novedad dura justo lo que deja de serlo porque aparece otra.     

No se equivocó. Primero fue que el jardín romántico quería en sus paseos a la dama pálida y al caballero poeta, pero en pocos años pasaron de moda la piel blanca y el romanticismo. Después, la obsesión del político por la modernidad, que en esa época estaba representada en lo urbanístico por el asfalto, propició que nuestros próceres municipales se olvidaran pronto del gusto por los jardines-bosques y centraron todo su interés en este pavimento que veían como símbolo de progreso.

Los escuálidos fondos municipales pasaron a tener como primordial destino las calles, no los parques. Y es que el asfalto -ahogamiento de cualquier semilla- era la negación de la vida. Su piel gris, dura y uniforme, era capaz de matar incluso aquellas pelusillas verdes que la humedad hacía brotar entre los viejos chinos lavados y adoquines de las calles, que venían a ser como los últimos suspiros del parque derrotado. 

Las continuas guerras que en aquel tiempo asolaron España hicieron el resto. El jardín victoriano exigía un alto costo de mantenimiento, incompatible con la estrechez económica de ayuntamiento y ciudadanos, lo que determinó su declive.

Ya hemos anticipado, sin embargo, que la naturaleza está hecha de tres virtudes: sabiduría, paciencia y constancia. Imbuida de ellas, empezó a trabajar por su cuenta en los parques, supliendo con pericia, meticulosidad y tesón la falta de cuidados municipales. Y así, en pocos años consiguió romper la geometría de los paseos; invadir las glorietas con beleños, rudas, adormideras, lirios y espigas del diablo; erosionar columnas y estatuas; cegar estanques y fuentes; desterrar a los ánades, marchitar los lotos...

Así, todo aquello que había sido estandarte y reflejo de una época gloriosa de Jerez fue menguando y, en muchas ocasiones, desapareciendo. A veces fue por dejadez de unos jardineros municipales, absolutamente desmotivados; a veces, la mayoría, porque el político desatendía sus consejos y propuestas.

Para tratar de cambiar o remediar esta situación va a nacer la asociación JEREZ DE LOS JARDINES, cuyo fin primero es dotar a nuestra ciudad, tan calurosa en verano y tan fría en algunos meses de invierno, de un sistema de estabilización del clima.

Nuestros políticos del siglo pasado oyeron el silbo de la serpiente e hicieron del asfalto el suelo del Paraíso. Ese tiempo ha pasado y hay que volver a la tierra, porque de ella fuimos creados. JEREZ DE LOS JARDINES quiere convertirse simbólicamente en esos querubines de encendida espada de los que habla el Génesis, vigilantes para impedir el paso a quienes quieran negar a nuestra ciudad volver a ser lo que fue: el este del Edén. 

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