Jerez, Lunes Santo: Paco Carrasco, Carlos Otero, Justo Garzón, Luis Mateos…

Santísimo Cristo de la Viga.
Santísimo Cristo de la Viga.

José Martínez Ruiz ‘Azorín’, quizá por cuestiones orográficas y no tanto geográficas, jamás se revistió de nazareno según la religiosidad popular del Hondo Sur. Enseguida hubiese sido tildado de lacónico en sus formas incluso espirituales. De tan exacto, de tan comedido, quizá pecaría por defecto alzando el cirio al cuadril. Se lió la manta a la cabeza al escribir ‘La Andalucía trágica’ para ‘El País’. Hubiese acertado más eligiendo una collera de las que habla Sebastián Romero en su libro ‘La Gloriosa Virgen Nuestra Señora del Valle’. Azorín literaturizó por aproximación a propósito de la zambra pero jamás describió en negro sobre blanco a resultas de la zambrana. Trabajó a destajo, aunque nunca bajo una trabajadera. Pese a su frontal desconocimiento de todo cuanto concierne al ámbito cofradiero, sin embargo acertó sobremanera, a juicio del arriba firmante, en su definición inconsciente de las purezas sempiternas, inmateriales, privativas, de la Semana Santa a pie de calle, cuyo sol de infancia -tan machadiano- y cuya luz de cielo que no perdimos -tan de Romero Murube- jamás conoció ni de cerca ni lejos el autor de ‘El buen Sancho’. Azorín estaba pez en cofradías, cero patatero en conocimientos: aun así, insisto, escribió un poema que ni pintiparado describía cómo corre la sangre del cofrade cuando el solo de corneta ya anuncia la fugacidad del tiempo en su cuenta atrás de palmas sobre los balcones de la nostalgia. Dice así -imaginémonos las sensaciones que sobrevienen cuando observamos, de pronto, la aparición de un primer tramo de nazarenos-: “Vivir es ver pasar: ver pasar allá en lo alto,/ las nubes. Mejor diríamos: vivir es ver volver./ Es ver volver todo un retorno perdurable, /eterno; ver volver todo -angustia, alegrías,/ esperanzas-, como esas nubes/ que son siempre distintas y siempre las mismas,/ como esas nubes fugaces e inmutables”.

Olé: pura cátedra descriptiva, por el plan antiguo, de cuanto siente el cofrade por la Gracia de Dios. Azorín, que publicó este poema en 1913, en cierta medida adelantó por la derecha a Manuel Chaves Nogales en su texto ‘Las conmemoraciones religiosas y la liturgia de los apetitos populares’ de 1925: “La religiosidad española, aunque cosa añadida, no es superficial”. Vivir es ver volver. Sí, ver volver hoy, Lunes Santo en Jerez, a Paco Carrasco García intercambiando bromas y veras con Juan Román Fernández, que es el método irresuelto de los cofrades para soltar de sopetón el tropel de nervios acumulados minutos antes de la estación penitencial, cuando aún no han llegado los primeros nazarenos de túnica cardenalicia al interior de la Catedral. Ver volver el cuerpo menudo de Carlos Otero, su destreza de vestidor de la Madre de Dios, en el dorado repujado de La Plata, cuando niños penitentes muestran su orgullo de pertenencia, por razones de crianza, por razones de vecindad, por razones de cotidianidad, a la Hermandad de tantos trajines de algarabía de túnicas planchadas por la mesura de las abuelas: la Candelaria. Ver volver sones de agrupación tras el paso que fue del Cachorro y Pepe Soto Palas acertó a poblar de mesa de última cena y todo el apostolado ante Jesús que ya hace años acompaña en el cielo a Justo Garzón Martínez. ¡Qué bien supieron los cofrades de la Cena apreciar la valía de Justo Garzón!

Es ver volver a Luis Mateos López de la Banda, con su pelo cano y su risa blanca, su altura física y su altura católica, negra túnica -y aún desprovisto del negro capuz- mientras recibe a sus hermanos de Amor y Sacrificio en la metáfora del calendario que siempre nos remonta, Deo gratias, al ascetismo de los Luises, antorcha encendida de la memoria local que parte, no precisamente como un verso del club de los poetas muertos, de la iglesia de la Compañía. Es ver volver a un cofrade fundador ejemplar: Manuel Romero Sánchez, labrador y ganadero, quien jamás faltó a ningún culto de la corporación del jesuita camino de los altares Pedro Guerrero González. Manuel Romero, que solicitó ser enterrado con su túnica de Amor y Sacrificio y su medalla de los Luises, espejo de Fe en la lectura del celebérrimo soneto “No me mueve, mi Dios, para quererte”.

Es ver volver, “el signo y viento de la hora”, como así recibe título el libro poético de José María Pemán. Es ver volver a un Consejo de la Unión de Hermandades de consejeros reconocibles como Bernardo Linares de la Bárcena, Felipe Morales Avelino… Hoy es Lunes Santo en Jerez y… para encender los significantes de la remembranza necesitamos las bengalas de la recogida del Cristo de la Viga. Para silenciar las embestidas de todo laicismo, sólo precisamos la mudez de los hermanos disciplinantes de la parroquia de Madre de Dios. Para rejuvenecer el pulmón generacional de las cofradías, acudimos a los niños de cera y capa de Santa Ana. Para avanzar por los itinerarios del Evangelio según la doctrina que también ofrecen las Hermandades, limitémonos a admirar el andar de costero a costero de quienes contribuyen a la catequesis plástica y además, como imaginaba el padre Cué, son costaleros por amor. Para regresar a la patria de la infancia, puro Rilke, sentémonos junto a nuestros padres -que Gloria gozan-en las sillas alquiladas espontáneamente a las mismas plantas de la Rotonda de los Casinos…

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