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Jerez: luto en la Redención por Manuel Mejías García

Jerez íntimo

Manuel Mejías García, tesorero de la Redención, falleció el pasado sábado.
Manuel Mejías García, tesorero de la Redención, falleció el pasado sábado.

La vida a veces se reviste de saltimbanqui caprichoso. Nada está garantizado en el hilo conductor del mañana. Andémonos con ojo según los tientos del futuro inmediato. El cien por cien es un diezmo burlón. Decía José Manuel Caballero Bonald que somos el tiempo que nos queda. ¿Cuánto tiempo? Hete aquí la madre del cordero. El hombre, de puro vivo, es un equilibrista nunca remolón. Sin embargo, tal reza el refranero, sólo propone, mas no dispone. Recuerdo cómo el bueno de Pepe Valderas decía que, equivocadamente, queremos comernos el mundo y por lo común además comernos unos a otros. Sin percatarnos a primera vista que nada somos. ¡Cuánta razón revestía a este gran cofrade que Gloria haya! Estamos en manos de Dios. Y de su voluntad. ¡Quién iba a decirles a los cofrades de la Redención Juan Pina y Ángel Revaliente el pasado viernes, mientras todos disfrutamos del cofradiero y por lo demás flamenco acto de la presentación del libro sobre la Virgen del Valle de Sebastián Romero, que apenas doce horas más tarde acudirían incontinenti al tanatorio para velar el cadáver de Manuel: un amigo y hermano en Cristo! El destino es exiguo, resbaladizo, pero a su vez implacable. ¡No siempre impecable! La muerte sólo se debate en un sí pero no y en un no pero sí. Con su tirachinas, la Parca da pedradas a uno que duele a otros. Con un efecto carambola que nadie controla en esta mesa de billar cuya dimensión alcanza el sobrenombre de Existencia. Precisamente en la peña La Bulería hablábamos, al calor de sonanta y jamón pata negra y tortillas de patatas y huevo “como que quitaban todas las penas del sentío” y salchichas al vino y queso a la altura de los paladares más exquisitos y brindis de copas que se besan y no entrechocan entre cabales, a propósito del carpe diem…

Hic et nunc. Nuestra cotidianidad como regalo y jamás como derecho adquirido. En efecto la Hermandad de la Redención despedía antier sábado a un hombre bienaventurado, bien nacido, bienquisto, siempre bien hallado: Manuel Mejías García. El tesorero de la corporación. Bonachón, íntegro, honrado. Tres adjetivos que infrecuentemente suelen maridarse en personas que habitan este mundo de los vivos cuya tendencia cabrillea roles a la deriva y cultiva por norma el pro domo sua. Manuel calzó además la dignidad con la veracidad. Por Icovesa conocían su íntegro quehacer. Siempre estuvo al pie del cañón cuando la necesidad apremiaba. Nunca se deshizo de la acechanza -que en su caso era bonanza- del compromiso. Su etiqueta física se horizontalizaba en la expresividad abierta de una sonrisa. No quiso jugar al esconder a la hora incierta de dar el callo. Jamás se le conoció una maledicencia. Ni una trastada de deslealtad a bocajarro. Limpio de alma como un brocamantón de pureza. Las Hermandades también acogen a los anónimos de condición. A quienes rehuyen de la pérgola del verbo epatar. A quienes no hacen de su capa un sayo. Ni de su cetro una herramienta vital de autoafirmación. A quienes sirven por convencimiento neto. A quienes dan todo a cambio de nada. A quienes no se aferran al

poder a toda costa. A quienes no sobrevuelan los tejados del diablo cojuelo. A quienes permanecen sin rasgarse las vestiduras en pro del yo, me, mi, conmigo. A quienes, pese a laborar en silencio -que es la melodía de los humildes-, jamás legan una labor incolora.

Manuel Mejías fue un eficaz profesional de la banca. Salesiano. Dotó, por ende, de profesionalidad técnica el desempeño de su cargo en la Junta de Gobierno. Jubilado de la antigua Caja de Ahorros de Jerez. Sabía cuanto se traía entre manos. Un experto, a no dudarlo, en la materia. Garantía con conocimiento de causa para las arcas de la Redención. La administración de las cofradías no está -no debe estar- al alcance de cualquiera. Manuel era un dirigente hecho a la contabilidad. Deja dos hijos: uno de ellos es funcionario en el Campo de Gibraltar, la niña trabaja en Málaga. Los hermanos de la Redención coinciden prácticamente al unísono en una misma definición: “Buen padre, buen esposo, buena persona”. Con su pérdida, el vacío de la ausencia se agiganta. La luz de su ejemplo se agranda. La estela de los recuerdos se prolonga -y no prorroga-. Atrás queda su incesante afición al balonmano -deporte del que fue incluso árbitro-. Ocupó la presidencia del Balonmano Jerez, al que llevó a jugar en Primera División. Días de júbilo. Ahora Manuel sí que se encuentra a los pies del Señor de la Redención. Un infarto ha despachado el billete de ida. Andaba mal del corazón pero “muy controlado”, según personas cercanas al finado. Contaba 71 años. Si las Hermandades son un sendero para llegar directamente a Dios, Manuel ya ha entrado, en un santiamén, por la puerta de la Gloria reservada para los justos, los válidos, los nobles y los ejemplares cofrades jerezanos. Descanse en paz.

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