Jerez: la Magna también ha servido para…

JEREZ ÍNTIMO

“Papá, ¿para qué hemos salido hoy en la procesión?”
“Papá, ¿para qué hemos salido hoy en la procesión?”

25 de octubre 2024 - 05:00

El verbo vehicular está a la orden del día incluso de un modo implícito. Ejerce su alcance tentacular, su efecto integrador, su llave de paso, su bisagra de plata de ley, sus puentes levadizos, sus carreteras secundarias, sus arterias, su bonanza, su urdimbre… en subtextos, subcontextos, paratextos e intratextos. También, por descontado, en el devenir cotidiano del común de los mortales. A pie de calle, en las esquinas del aire, sobre una mesa de negociación, bajo un dossier de empresa, tras la barra del bar… Escasea, empero, allí donde la nada se topa de bruces con el vacío. Donde la inanidad choca contra el horror vacui. Donde el boquete carece de márgenes. Donde el nihilismo sólo lee páginas en blanco. Cuanto sirve de vehículo no necesariamente instrumentaliza (en el sentido peyorativo del término). No propugna imperativos. Sino muy al contrario: acciona -y construye- en positivo, desatando los nudos gordianos de cualquier impedimento, cortapisa, delirio de trampantojo. ¿Ha servido la procesión Magna Mariana para vehicular su fundamento primigenio, la razón matriz -a tenor del evangelizador dictado inicial de nuestro obispo don Jose Rico Pavés- y, de paso, posibilitar otros hitos -colaterales o subyacentes- a efectos sensitivos, artísticos, admirativos, intergeneracionales, también intrageneracionales, íntimos, turísticos, corporativos, promocionales? La respuesta, por rotunda, alcanza otra vez la densidad sonora de un monosílabo: ¡Sí!

Ha servido en efecto para crear y hasta recrear distintas variantes de una apuesta infrecuente a día de hoy: el posibilismo. Y no me refiero al posibilismo político y hasta filosófico como lucha de contrarios. Sino al posibilismo como antítesis y antonimia del radicalismo y el determinismo. Posibilismo como escenario donde prima la acción humana abierta a nuevas opciones. Por esta razón la Magna ha propiciado en los cofrades algo así como el título del aplaudido libro de Juan Marsé: esto es: una ‘Caligrafía de los sueños’. Por ejemplo que el cofrade de la Coronación, Javier Lucena, pueda besar de nuevo -a sus 62 años de edad- el dulce yugo de la trabajadera de la Virgen de sus amores: María Santísima de la Paz en su Mayor Aflicción. O que un literato local -cuyo anonimato conservo-, poeta de talla, escritor de sello, forme parte del cortejo de hermanos del Cristo de la Viga, corporación de la que fuese gran hermano mayor su recordado padre Anselmo Gil. O que Remedios bajo palio nos entroncara con aquellos sonidos de infancia al hilo de un cassette de sevillanas del grupo Marismas. O que Amparo Cortijo, tan devota de la Virgen María, disfrutara durante horas, junto a sus nietos, en un palco de calle Larga con apoteosis de bambalinas de Nuestra Señora de la Esperanza de la Yedra. O el deleite de la marcha Virgen de la Valle sonando en calle Palomar, cuyo tránsito trae recuerdos de Isabel Puyol Vargas y Luis Mateos Ríos.

Para esto también ha servido, sí señor, la Magna. Para que Loreto Valderas se emocione al observar la soledad de la Reina de los Cielos mientras alguien le regala una estampa de la Esperanza de su recordado abuelo Pepe. Para que nuestra querida alcaldesa, María José García Pelayo, se rompa en lágrimas, irreprimiblemente, incontinenti, este pasado viernes bajo un puente de medida sobre los pies y respiraderos que sólo claman un nombre: Maria Santísima de la Concepción Coronada. Para evidenciar cómo -en ocasiones hasta de manera titánica- las hermandades son capaces de sacar lo mejor de sí, desplegando una media verónica de arte y pasión al toro de los contratiempos, ya sean de índole patrimonial o económico, y luchar a brazo partido por esta bendita causa cuyo limpio canto de amor a María ha sustentado para los restos un hecho histórico Jerez intramuros y Jerez extramuros. Digamos que la crónica de la procesión Magna Mariana no admite una narrativa lacónica de frases cortas, sino el fluvial barroquismo de aquella estética transida de subordinadas -cuya sinuosidad nos induce a las cuentas de un rosario-. Si esta procesión de algo ha estado llena… es de Gracia. He ahí, por las calles de la ciudad, la Esclava del Señor.

La Magna ha servido para reverberar la fluctuación de una de las perspectivas más cofradieras que jamás observaron los siglos: la trasera de un palio. Para que dos adjetivos y una fecha -Magna Mariana 2024- queden consignados al dorso de las estampas que las Hermandades participantes han impreso y repartido entre cientos de chiquillos para así quintuplicar ilusiones y engrosar las colecciones particulares de esta algarabía tan cromada de indeleble inocencia. Cuán bellísimas emergen las preguntas que, desde los hondones del reto y el rito, formulan los chaveas en Semana Santa y cuya literalidad este pasado sábado fue rescatada por la vocecita de sus cándidos interrogantes: ¿Me das un poco de cera? ¿Tienes estampitas? La Magna ha servido, sí, para conquistar su verdadero sentido en el improvisado diálogo entre el monaguillo Beltrán y su padre Sebi Castañeda: “Papá, ¿para qué hemos salido hoy en la procesión?”. “Pues para que la gente, cuando vea la Imagen de la Virgen en la calle, le rece”. “Yo ya he rezado varias veces”. “Gracias, hijo. Sólo por eso ha merecido la pena tanto esfuerzo”.

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