Crónica personal
Pilar Cernuda
Sánchez y Puigdemont: entre pillos anda el juego

Hilvano palabras en el telar de este papel prensa que hoy blande un sable de brigadier de la atemporalidad sin adjetivos. Ahora, entre puntos y comas, no cabe la francachela. El flujo del pasado equivale a un caudal de modernidad. Léase ésta con nombre propio: Gabrielle Bonheur; valga decir: Gabrielle Bonheur Chanel; esto es: Coco Chanel. No hablamos de una odalisca tránsfuga del serrallo. Sino de una heroína que jamás habitó los marginales distritos del convencionalismo. Ella -que nunca respondió, ni siquiera en carácter artístico, a las tendencias femeninas de su época- estableció -alta costura al poder- el asertivo postulado del convencimiento, de la certeza personal- “el tiempo me dará la razón”- desprovista de estatismos -figurativos, estéticos, cromáticos- y dubitaciones pasajeras.
A golpe de inventiva -la imaginación es la voz del atrevimiento, Henry Miller dixit- hizo a la mujer más libre, más cómoda, más segura: en definitiva: única. A poco que grosso modo conozcamos -in utroque lure- la dimensión creadora de Coco Chanel dilucidaremos que “el mundo es todo uno”, como escribiera la pluma no a cuentagotas surrealista de Vicente Aleixandre. Hemos de auparnos al vagón de la historia de la moda. Auparnos y no asparnos, que es verbo contraproducente. En la obra ‘Finisterre’, de Fernando Sánchez Dragó, leemos: “Cada viajero con su tema, con su librillo y con su san Cristóbal”. El viaje de Coco Chanel, veloz como relámpago de sol y sal, contagiaba tantas adhesiones que incluso nos fusiona con el verso de Ángel Antonio Herrera según la página 22 del libro ‘El demonio de la analogía’: “Ven, ven, adviértelo, doncellez de esta causa/ acompáñame desde la noche a su escarchado palco”.
La memoria -las memorias- de Coco Chanel no tienen color de mayonesa sino de botones dorados de chaquetilla de señorita de entreguerras. No el color prieto de la carbonería sino el clamor cierto de la bisutería. No el color plano de un canto rodado sino el cromático de un bolso acolchado. Para mí tengo que indistintamente Coco Chanel hubiese tenido cabida en referencias librescas tan sustanciales y tan sustanciosas como ‘Ser mujer’ de Anaïs Nin: dice la autora en la página 31 de la 4ª edición de la editorial Debate: “Mi tendencia a fantasear me indujo a querer comprobar lo que sentía. En la actualidad confío en mi intuición y en su fuerza”; también en ‘Cartas a mujeres’ de Martín Prieto, orondo periodista de corpulenta intelectualidad: verbigracia los subtítulos que dedica a Oriana Fallaci –“Sangre, sudor y ovarios-, a la reina Sofía –“La autodisciplina como sistema”- o a Bibí Andersen –“Lo suyo sí que es el cambio”- e incluso ‘Mis queridas mujeres’ de César González-Ruano: “Si yo tuviera, entre el asfalto duro, la lira suave y bien templada, compondría para ti, suave y bien templada, desde mi corazón lejano y poético, una canción delicada y monótona, hermosa, moderna y antigua, sin que tú pudieras oírla”.
Pues bien: traigo a colación este exordio habida cuenta la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras optó el pasado jueves por romper moldes y apostar por los nuevos patrones de una costura cultural que hila pespuntes de los novísimos tiempos que corren. Secundando además competentemente la disertación elegante de una joven periodista todoterreno, experta en moda, sobresaliente ‘cum laude’ en el Centro Superior de Diseño de Moda CSDMM de la Universidad Politécnica de Madrid: María Arcas Ruiz Lassaletta, quien -exquisita de sintaxis, voz de locutora radiofónica ad valorem- ocupó la tribuna de oradores de la docta casa jerezana para abordar una temática -tributo en femenino singular- cuya génesis y cuya exégesis me he atrevido a desglosar incluso literariamente sin destripar ni apostrofar ni entrecomillar ninguna de las aseveraciones expuestas -verbo e ilustración- tan amenamente por María: “Chanel: La influencia de los uniformes en la creación de su estilo’. El articulista entiende que esta conferencia debe recorrer sucesivamente otros foros, otros ciclos, otros espacios culturales, España a través. Porque María, que sabe de arquitectura por mor de su formación académica, construyó -edificó- una ponencia analítica en la combinatoria del dato riguroso y la conclusión personal, sin desdoro de otros estudios al uso.
Ya la sesión académica contó con dos prefacios notabilísimos. De un lado la nutrida concurrencia de público. Mayormente joven. Esta ganancia del nuevo target pude compartirla con Fátima, tía de la conferenciante. La Academia ha atinado al designar una oradora de nuevo corte -y en este caso confección- quien trajo de la mano un tema rompedor e incluso aliñado por cierto aroma vanguardista. Que la Academia acoja disciplinas relacionadas con las vanguardias habla mucho y bien del sentido aperturista y hasta posmoderno de una institución que toma la delantera -y a este tenor hablaremos esta misma semana- incluso en planteamientos estratégicos con vistas a la gestión cultural aglutinante de todas las Reales Academias de Andalucía. El segundo prefacio, la presentación de María a cargo del vicepresidente de Letras Francisco A. García Romero -prólogo que encantó al respetable en tanto maridó lo grecolatino y la actualidad, la cita y la simpática propuesta (genial la del posible diseño del uniforme para los ilustrísimos miembros de la Academia)-. ¡Enhorabuena a María! ¡Debo prometer y prometo que oí los aplausos sempiternos de su abuelo y recordado gran académico de San Dionisio José Juan Arcas Gallardo!

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