
Línea de Fondo
Santiago Cordero
Orillera real
Jerez íntimo
A medida que gradualmente concentramos nuestra mirada en la contemplación del Cristo de Capuchinos la Fe regresa a su estado más puro, como en una metamorfosis del ser humano en luz primera. En el rostro del Crucificado de la Defensión no derrama su sangre la belleza de lo efímero. Sí, por el contrario, la flor de la devoción, cuyos estambres y pistilos mezclan el dolor y el gozo de la Verdad sin materia. Ante su efigie nuestra oración adopta forma de voluta imponente. Y la vida cotidiana se reconstruye y se deconstruye como una sucesión de fragmentos, tal el aserto de Pessoa. Es cuando nuestra condición personal eleva su arquitectura de solsticio e identidad. Frente a la dureza del metal que predomina y domina el ángulo oscuro de la vida, emerge siempre esta cruz jamás disuelta entre el orbe y la urbe. Miras al Señor y enseguida renace en ti como un interrogatorio de autoanálisis en cinceladas ondulaciones, tal los brazos retorcidos de un candelabro de cola. Las siluetas de sus formas ascienden hacia la plenitud de todo Verbo redentor… Es cuando el tiempo rehuye la medida de las horas. Y la muerte abandona su juego de adivinanzas barrocas…
Este Cristo -el aire también coagulado según la conjugación del presente de indicativo- ahora no camina sobre la espuma del mar, como en el verso de Machado, porque está ya clavado en la cruz. Y advertimos como un naufragio de beldad en los ojos entornados de la Salvación del mundo. También la trascendencia comporta su simetría. Hay una reminiscencia atemporal de voz niña envuelta en la viruta de la madera del Hijo del Carpintero. Y un presagio con densidad del destino que entrelaza el pañal y la mortaja. La piel morena, de tan impregnada de noches del Martes Santo. En los clavos de las manos no caben los adjetivos del sudario. Ni en el sudario la angustia del instante. Ni en el instante el desgarro de la escena. Ni en la escena el predicamento de la gubia. Ni en la gubia la inminencia del cedro. Ni en el cedro las hechuras la reconversión. Ni en la reconversión los brazos de una necrológica que nunca leyó el senado y el pueblo romano. Ni en la Roma cofradiera del siglo XXI el escalofriante lenguaje no verbal de cuatro hachones. Ni en los hachones la luminaria de cristal del primer mandamiento de la Ley de Dios. Porque, ahora sí, Dios todo lo significa…
En el Cristo de la Defensión se encarna la elocuente cátedra del silencio. La ausencia de embustes. Aquello que el poeta andaluz -a fuer de prosista lírico- denominó la metafísica del Justo. Cartuja y reflexión. Anticipo a la luna de parasceve. Viento de callejas que orea el asfalto del perdón. Insomnio aposta. Túmulo y esparto. Sandalias a pie desnudo. Los nazarenos anónimos. Los sin nombre. Los autómatas de aquella primera estación penitencial de asombro y testimonio. Los jóvenes y joviales Fernando Barrera Cuñado y Francisco Fernández García-Figueras apuntando a la cofradía a decenas de jerezanos en aquella tarde noche de paseo a la inversa calle Larga arriba, calle Larga abajo. Si la plegaria es enigma, el Cristo de la Defensión es cuenta de resultados. En las matemáticas del alma. El terciopelo de la entrega de los cofrades de la calle Sevilla con puntadas de deshoras. Abnegadamente. Paco Cómez Mori en el carey de los recuerdos…El clasicismo de corporación que bascula entre la esencia y la quintaesencia. El encuadre del martirio. La O, la Esperanza, que dimana del árbol de la Cruz. La promesa secretamente bordada con el hilo fino de un oro que a nadie pertenece. Alrededor del Cristo de la Defensión sobrevuela una apoteosis de ángeles querubines. Sólo acertamos a describirlos desde la azotea del presentimiento. Asomándonos al pretil de la profundidad evangélica.
La cofradía muestra el compás terso de su simetría, el minimalismo de la fundamentación cilíndrica como un cirio en el eje del equilibrio al cuadril. El ladrillo de la sede canónica, la piedra blanda del eslabón generacional sin líneas divisorias... Aclaración a modo de post scriptum: este artículo que usted lee ha tomado autonomía propia desde la segunda frase. ¡Cuán cierto es que, también en esto del columnismo periodístico, el hombre propone pero Dios dispone! Sobre todo cuando su contenido concierne al Mejor de los Nacidos. El arriba firmante pretendía enjaretar una pieza de opinión sobre la interesantísima mesa redonda desarrollada el pasado día 20 del corriente mes de marzo, en el fragor de una tarde de temporal y aguacero vehemente, al cobijo de los Claustros de Santo Domingo, cuya temática -bajo la modalidad de charla-coloquio- se anunció con título sin medias tintas: ‘La forja de un carácter. Orígenes, historia y expresión del espíritu castrense en la Hermandad de la Defensión’. Selecta concurrencia para un acto memorable. Exquisitez de datos y anecdotario. Enhorabuena a Fernando Barrera Romero, Juan Manuel García Reguera, Fernando Barrera Cuñado, Antonio García-Figueras Romero y Francisco García-Figueras Mateos por cuanto allí narraron. ¡De categoría, señores! ¡El Señor os ha bendecido! Y es que… a medida que gradualmente concentramos nuestra mirada en la contemplación del Cristo de Capuchinos…
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