Jerez: Rafael, acólito en el Señor de la Sentencia

El Señor de la Sentencia, el pasado domingo, en la Capilla de la Yedra.
El Señor de la Sentencia, el pasado domingo, en la Capilla de la Yedra.

04 de abril 2025 - 05:05

No ha mucho, acaso un par de semanas, mantuve una distendida conversación con el joven cofrade jerezano Rafael Mejías del Ojo. Este chiquillo, bueno de corazón como el pan candeal, apenas suma 13 primaveras. Sin embargo ya habita en él -en su fuero interno y en su lúcida forma de concebir el submundo interno de las hermandades- un cofrade de altura. Y no precisamente en aras de su vertiginosa estatura física -corpulencia que no es óbice para que Rafael jamás mire por encima del hombro-. Rafael es humilde, servicial, afectivo y posee un concepto de las cofradías tan cristiano como trascendente. No envuelto por la celosía de una inocencia que pudiera deducirse de su juventud clara, como el bálsamo de toda pureza, sino transido de madurez y criterio. Expone su opinión sin bamboleos de un botafumeiro ombligocéntrico. El tono de voz cálido y sereno, con predominio de una fonética musical de veras agradable al oído. Sus frases no rasgan el sonido ambiente. Sino más bien francamente al contrario: endulzan el runrún circundante con una teoría desprovista de fuegos de artificio. Me explicó qué sentía -y el porqué- frente a los Sagrados Titulares de Hermandades como la Estrella, las Cinco Llagas o la Lanzada, por ejemplo, y en la totalidad de los casos la devoción estaba enlazada a nombres propios de familiares vivos y muertos. La génesis de su fundamentación siempre partía de la enseñanza recibida y confluía, al cabo, en el deleite inmaterial del Amor -escrito por descontado con a mayúscula-.

Si el porvenir de nuestra Semana Mayor dependiera exclusivamente de personas como Rafael, el futuro está garantizado. La autenticidad no pierde sabor con el almíbar de la paráfrasis verbal. Durante nuestra charla me sorprendió por veces. Quise prestar atención -con despacio y fuera de toda supitaña distracción- al porqué de los motivos y motivaciones de quien, sin pretenderlo aposta, iba -de paso- dejando en pañales a los vocingleros tontos de capirote que se creen más listos que Cardona -¡ay, esos inflexibles e intolerantes!-. Y por el confundidor -como tildaría Camilo José Cela- reflejo -en arrítmicos claroscuros- de una vara cincelada/repujada. Rafael ni por asomo ha tardado años en distinguir los ecos de las voces. De su garganta siempre brota la referencia de Cristo, que es rasgo constitutivo de todo alumno de la escuela católica. Rafael noquea el elitismo y la máxima ex cátedra con la sencillez de un testimonio de ojos grandes. Rafael sabe que “Cristo, redentor del mundo, es el único mediador entre Dios y los hombres porque no hay bajo el cielo otro nombre por el que podamos ser salvados”, y así además nos lo recordaba san Juan Pablo II en ‘Tertio millennio adveniente’.

Las razones de vecindad encierran espacios retenidos por borradores de luz. El orgullo no de pertenencia sino de anuencia -devocional- también opera por la orografía de la proximidad. Todas las calles llevan a la Roma de un Señor de manos atadas en el predio de la Plazuela. Si Jerez es un pañuelo, Rafael vive en la estrecha vía -coqueto atajo que converge al verde Esperanza de la Madre- con rótulo de ‘Pañuelo de la Yedra’. El Divino Redentor posee domicilio a un tiro de piedra del hogar de Rafael. El muchacho, por razones de cercanía, vez tras vez, pasa -nunca escorado, siempre espigado- junto a la casa de quien jamás provoca contraluz ni contrasombra bajo la interrogación de la Luna de Parasceve. Primero fue el verbo de quien calla ante Pilatos. Y luego… la bellísima Virgen de aquella capillita que acuna sueños de popa y anclas, racionales como la geometría de la Salvación. Virgen cuya palidez se acentúa a medida que crece la Madrugada Santa. Virgen que desentraña el secreto de aquella plegaria anónima que ahora conjuga su razón de Ser: alfa y omega del Misterio. Rafael es paseante de la luminosidad de la jerezana calle Sol. Nunca del resplandor tenebroso tan del gusto de Caravaggio. Entre el Padre de la Hermandad que preside César Díaz y el hijo de nombre Rafael enseguida se estableció una relación de fidelidad. El roce hace el cariño, como el gota a gota del hilo umbilical que une la cera derretida con el magisterio de la Fe…

Hay razones que la vox populi desconoce. Y así como Marcelino pan y vino apostó por la ternura de una amistad electiva circunscrita a la grandeza de dos, el niño y el Crucificado, Rafael se ha hecho tan amigo del Señor de la Sentencia que esta próxima Madrigada Santa será su acólito ante ese paso de prodigio barroco por el que tanto trabajara Lorenzo García Frías. Sólo Dios y Rafael conocen el porqué de las miradas que se intercambiarán bajo el foco de vidrio de Nisán. No hay cielo como el elegido por devoción según los 13 años de un purismo noble y vigente. Un máximo representante de nuestras cofradías ha querido afearle al bueno de Rafael esta decisión calificándola con un término despectivo que por supuesto omito. Por respeto a la gran Hermandad de la Yedra, a la categoría del Señor de la Sentencia y a los sentimientos limpios del hijo de Rocío y Ramón. ¡Ten, por seguro, Rafael, que salir de acólito en el Señor de la Sentencia es un adelanto de la Gloria reservado para ángeles sin alas como tú!

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