Jerez: Rafael Torregrosa, en el silencio de una tarde de Miércoles Santo

Jerez íntimo

Rafael Torregrosa Agarrado, en el acto de nombramiento de Mayordomo Honorario Perpetuo de la Hermandad de las Tres Caídas.
Rafael Torregrosa Agarrado, en el acto de nombramiento de Mayordomo Honorario Perpetuo de la Hermandad de las Tres Caídas.

12 de agosto 2024 - 05:50

El reloj de la memoria seguirá marcando con su luz de cirio encendido la hora antigua de una Cuaresma jerezana. Nadie, jamás, lo vio sacar discretamente el pañuelo -que era como echar mano in extremis a su paño de lágrimas- cuando, ya deshecho el sentimiento y de nuevo sito entre las sombras de la discreción, observaba -siempre cuatro pasos atrás- cómo el vestidor de la cofradía cambiaba el rostrillo de la Virgen de sus amores. Ya ni recuerda las veces que -presto, como un arcángel de la Gloria cofradiera- estuvo presente en estos cambios de ropa de la Señora -donde el tiempo no es exactitud ni mera matemática-, allá en algún rincón casi a oscuras del hoy santuario de San Lucas. La magnitud invisible de la trascendencia interior de las Hermandades. Aquello que sucede bajo secreto de sumario, sobre la planicie a veces etérea del segundo plano, como un sigilo de cercanías con billete de ida y vuelta. ¡Pero qué hermosa la vivencia del viaje! Sí, la magnitud invisible de nuestras corporaciones -su razón de ser- versus toda la pantomima de superficialidad y apariencia de cara a la galería -engañifa de cartón piedra- que a menudo construye -con el barniz de la ficción y el adoctrinamiento forzado de impurezas- el mal uso -pro domo sua- de las redes sociales.

Cuando las nuevas tecnologías prorrumpieron en el devenir cotidiano de todo hijo de vecino, nuestro protagonista -gentil y atento como un verso aún no escrito- llevaba ya varios años jubilado. Posiblemente a tal tenor ahora su fallecimiento, paradójicamente tratándose sin embargo como a todas luces se trató durante décadas de uno de los cofrades más destacados y renombrados de la ciudad, ha pasado no ya de puntillas sino absolutamente silente -como así se mantuvo su condición cristiana por temperatura evangélica y por genética denominación de origen- entre los titulares de la actualidad no siempre crujiente. La muerte de don Rafael Torregrosa Agarrado -todo bondad- ha pasado desapercibida -salvo alguna honrosa excepción- por la Carrera Oficial de lo noticiable. Como el impacto insonoro de la humildad hecha carne y hueso. Desapercibida, en efecto, no por demérito de la causa periodística sino por méritos propios -y no derechos adquiridos- del finado. ¿Se puede llorar de admiración descarnada? Sí. La Hermandad de las Tres Caídas lo ha hecho estos días. Quienes tuvimos la fortuna de estrechar una amistad de cariño intravenoso, de sangre y bombeo del corazón, de letanías y noches del primer viernes de marzo, con Rafael, bien asumimos el porqué del llanto resquebrajado de esta ejemplar cofradía de negro. Las Tres Caídas ha redoblado su negritud por el luto de Rafael Torregrosa.

Rafael era paradigma de servicio. Su concepto de la Hermandad como institución cobraba naturaleza de atemporalidad. Por encima de bogas, de novelerías, de supercherías o de giros copernicanos interpuestos a tenazón según los dictados de una sociedad por veces más desacralizada. Rafael jamás se hizo notar. No buscaba agónicamente la cuadratura de una fotografía incluso metida con calzador a toda costa. Rehuyó del posicionamiento protagónico, rehusó la plusvalía del poder, rehizo un nuevo molde del sentido dirigente. Reconstruyó el busilis de la sencillez: hete aquí su auctoritas. Su peso específico. Su peso pesado. Jamás alardeó de ser mejor que nadie, mucho menos que sus antecesores -en los cargos y en la honra a Cristo- a quienes quiso y admiró -y así supo transmitirlo a las nuevas generaciones de cofrades de los Dolores- como una cadena de consideraciones fraternales siempre cosidas al telar del profundo respeto por el legado generacional. Rafael -¿verdad que sí, José Antonio Casas, Pedro Pérez, Antoñito Moure, Esteban Benítez, José Antonio González Leal?- no fue casposo recalcitrante ni tampoco novelero a la carta sino más bien acuñación de ambas caras de la moneda del dios romano del Janículo -el haz mirando hacia adelante y el envés con la vista proyectada en la idiosincrasia del pasado, o viceversa-. O sea: maridaje del peso de la tradición y las mieles de la modernidad.

Rafael Torregrosa se caracterizó por su impronta risueña -no por la dentadura de una risa impostada-. Los risueños son personas amables y bienhadadas. El mayordomo -o el capiller- por antonomasia de las Tres Caídas en aquellas juntas de gobierno de prohombres de la categoría cofradiera tales Manuel Giménez Ortega, Diego Romero Fabieri, Paco Almagro Castro, Pedro García López-Cepero, Domingo Ramírez Bernabéu, Manuel Lechugas Sánchez, Antonio Cabrera Guerra, Antonio Gutiérrez Gil… Rafael tuvo y tiene la dicha de saberse padre y abuelo de costaleros de la Virgen y suegro de promesas descalzas tras el manto de la Señora… Ha fallecido a la edad de 92 años, sin hacer ruido: su despedida suena a contera de vara de presidencia del Señor en el silencio claro de una tarde de Miércoles Santo.

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