Jerez: Rosario García Diosdado, Julio Camba y la paradoja colombina del viaje

Jerez íntimo

Julio Camba, dotado para la escritura humorística de corte intelectual, publicó varios libros de viaje.
Julio Camba, dotado para la escritura humorística de corte intelectual, publicó varios libros de viaje.

16 de agosto 2024 - 02:22

Viajar en verano es dejar atrás el ‘pájaro en mano’ de la cotidianidad para introducirse en el ‘ciento volando’ de la aventura de cien leguas, de lo desconocido, de la experimentación, de lo plutónicamente -que no platónicamente- sorpresivo. Hay que mezclarse con la vida para llegar al fondo de las cosas. También geográficamente, como un Finisterre de andar y ver. A veces alojados en hoteles de cuatro estrellas y otras con la mochila pegada al espaldar. El viaje incrementa el fervor por la combinatoria multicultural, por la punta de lanza de la perspectiva, por el sueño de la razón que no produce monstruos -pese a que nos encandilen los caprichos de Goya-. Durante el viaje se consagra el tiempo -sin primarias restricciones de torva escualidez-. Apresarlo todo, aprehenderlo todo, esponjarlo todo, exprimirlo todo: hete aquí el modus operandi del viajero impenitente. El viaje además -tarde o temprano, ab origine- propicia la paradoja colombina, esto es: “buscar en realidad algo diferente a lo que teóricamente buscaba y encontrar algo que no buscaba ni real ni teóricamente”. Viajar es arrogarse -sin jactancias- el derecho adquirido de un garbeo por las humanidades. El viaje obedece a otro sistema de valores en cuya simiente no caben las orejeras ideológicas. Durante el viaje jamás asistimos a un baile de máscaras ni al acopio de la chatarra ni al uso -con abuso- del material de derribo de las falsas apariencias. El viaje a su vez te concede el privilegio unipersonal de caminar por la prueba del laberinto de tu interior, al margen de cosmogonías y mitologías superpuestas.

El viaje resuelve en un santiamén la sopa de letras que acrisola el ser humano desde el penúltimo fulgor de la Edad de Oro: es decir: dónde comienza y dónde finaliza lo real y lo aparente. El viaje es mano de santo y purga de Benito para quienes padezcan el sarampión del chovinismo. No guarda semejanza el viajante con el viajero ni viceversa. Aunque ambos conserven su mondongo y su anecdótica. El viaje de cada verano pospone además el poso y el peso de la última travesía -bajo el auspicio de Caronte-: aquella barcaza kilométrica cuya salutación no nos ofrece nunca el sitial de la popa: la muerte. ¿Es calamitoso leer libros de viajes durante los ídem familiares de las vacaciones veraniegas? Depende. Si optamos por literatura de viajes, entonces miel sobre hojuelas. Para muestra un botón bicolor: ‘El camino del corazón’ (finalista del Premio Planeta 1990) de Fernando Sánchez Dragó y la crónica periodística en forma libresca redactada por la aguda estilográfica de Julio Camba -con dos títulos referenciales: ‘La ciudad automática’ y ‘Londres’-. Julio Camba, de puro ingenioso, dotado para la escritura humorística de corte intelectual, nos dice en la página 78 -colección Austral- de ‘La ciudad automática’: “La torre Eiffel era una espina que Nueva York tenía atravesada en la garganta, y si tarda un año más en arrancársela no sé qué hubiera ocurrido”. Y, en ‘Londres’, otra perla a colación del espíritu británico: “¡Extranjero! He ahí un término vago y genérico con el que nunca se podrá definir a un inglés. Un inglés, en cualquier país donde se encuentre, es mucho más que un extranjero: es un ingles”.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, recomiendo otros dos títulos para el anual viaje canicular. El primero, un libro portentoso -alta literatura-: ‘El coloso de Marusi’, de Henry Miller: “Miraba un promontorio y leía en él la historia de los medos, de los persas, de los dorios, de los cretenses, de los atlantes (…) Cuando hablaba de una persona, de una cosa o de una experiencia, las acariciaba con su lengua”. El segundo, ‘Robinson o la imitación del libro’, de Rafael Conte: ¿paisaje imaginado?, ¿cantar de los cantares?, ¿retrato de dama con armiño?: “La perfección de lo inacabado, dar testimonio del acto en el momento mismo en que se produce, antes de que termine, como en una suspensión del tiempo”. El viajero jamás será un buscón, como el alma en claroscuro del personaje de Quevedo. Nada secuestra, como hizo Zeus con Ganímedes. El viajero, sí, posee una dicha conclusa: la libertad de su anonimato. Post scriptum: no quiero redondear esta columna -más corintia que dórica- sin enviar sentida condolencia al gran cofrade jerezano de la Hermandad de la Borriquita Miguel Monje Marín tras el fallecimiento de su esposa Rosario García Diosdado. Tan luctuosa noticia ha causado hondo dolor en la corporación del Domingo de Ramos. Así como la Hermandad de Pasión llora la pérdida de Carmela Valderas Domínguez, quien ya se encuentra en el cielo junto a su hermano Pepe. Otro abrazo fortísimo para los amigos y hermanos de la familia Valderas Otero.

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