Jerez y la Salle: reencuentro de los antiguos alumnos de la promoción 1965-1971

Jerez Íntimo

Amigos y compañeros de la promoción 1965-1971, este pasado sábado, en Bodegas Faustino González.
Amigos y compañeros de la promoción 1965-1971, este pasado sábado, en Bodegas Faustino González.

20 de noviembre 2024 - 05:00

Como la senda -difícilmente asible- que dibuja en el aire la humareda de una antorcha encendida. Como el eco -nunca alambicado- de un adagio dulce con potencia canora. Como el fuelle de la identidad primera. Así permanecen -huyendo del dique seco de la abstracción- los recuerdos de juventud. El humo es la línea cronológica trazada por el toletole de los años y la luz… el resplandor del niño -otra vez Rilke- que siempre anida dentro de nosotros. El tiempo zigzaguea revolviéndose con velocidad de escurridiza serpiente de cascabel. Con ferocidad de ruido sin furia, siquiera sea para contradecir a Faulkner. Con anuencias de calendarios deshojados. Con apremio de águila culebrera. Con formalismos sin términos medios. Con las extirpables alcayatas de las heridas reabiertas por frases lapidarias, por fraudes atribuibles a la tercera persona del singular. Sante parole!, que expresarían los italianos en la pitanza de un carácter oferente. Hay quienes nacen y crecen anacrónicos, como así lo apostilla Fernando Molero Campos en las páginas de ‘La cabeza cortada de Yukio Mishima’. Y todo lo contrario: quienes se instalan en la forja de Peter Pan, temperamento jovial, mocedad metida en formol, espíritu de mozuelo, diente -de leche semidesnatada- de postmodernidad. Estos últimos proceden de la paideia -valga decir: tal como los griegos denominaron a lo que los romanos acertaron a traducir como humanitas: hablando en plata: el sistema pedagógico en el que cualquier niño se hacía -por obra y Gracia de la cultura- hombre mientras aprendía filosofía, matemáticas, retórica, poesía gramática… -así, y sólo así, señorías, eran acreedores del derecho de participación en el gobierno de la polis-. Toda una proeza que hoy juega al escondite y, de paso, se enfurruña y paraliza por el lumbago de ciertos desajustes educativos.

Entre la naturaleza de los segundos -los que, ya digo, estudiaron las disciplinas propias del plan antiguo- hallamos, risueños y dialogantes, a los alumnos del jerezano colegio la Salle que pertenecieron a la promoción 1965-1971. La escritora británica P. D. James nos advirtió en ‘La hora de la verdad (Un año de mi vida)’ que “el pasado no es estático. Sólo vive en la memoria, y la memoria es una estratagema que sirve para olvidar tanto como para recordar y que tampoco es inmutable. Redescubre, reinventa y reorganiza. Puede ser revisada y puntuada de nuevo, como sin fuese un pasaje literario”. En este triunfal contexto, y en el interior de las Bodegas Faustino González, se abrazaron otra vez el pasado sábado -¡ah, la

teoría del eterno retorno!- aquellos jóvenes de la promoción de la Salle 1965-71 que integraron la última del centro sito en la Alameda Cristina. Salieron en junio de 1971, de sexto de Bachiller, y el colegio, a renglón seguido, cerró a cal y canto sus puertas -con mudanza pronta a la Salle Buen Pastor, puro barrio de San Pedro al hilo del triángulo escaleno de calles Antona de Dios-Clavel-Valientes. En aquel traslado de enseres intervinieron de manera activa los hermanos Crescencio Terrazas, José Luis Arce, Martín de Martín, Luis Aguilera, Roberto Arranz

¿Quiénes convivieron el sábado al socaire de cuarto y mitad de nostalgia? Gente de veras conocida. Observamos en la fotografía a Manu Fernández, Javier Hidalgo, empleados de banca, José Luis Montes, alto ejecutivo de Navantia, Fermín Rodríguez Fatou, analista, y José Gallardo, compositor y pregonero que fue de la Semana Santa. Entre Manu y Javier, Ildefonso Collado: ejecutivo de Acerinox. También están presentes José Manuel López Soto, militar oficial, Luis Cantalejo, con chaleco rojo, empresario, el periodista Ángel Revaliente, Juan Ignacio Holgado, empresario, José María Pérez, empleado municipal y director de varias delegaciones y de la Fundación Caballero Bonald. Fernando García de Arboleya, médico, y Francisco Javier Núñez, empleado de banca. Más nombres propios: Antonio Soto, farmacéutico, José Luis González Riveriego, banca, Álvaro Gavilán, empresario…

Sentados: Juan García, Quico Navarro y Luis Arcas: médicos. Álvaro Quevedo, jefe de bomberos y pintor en Úbeda, Félix Ontañon, director de empresas de viajes, y Manuel Herrera, médico que fue delegado provincial de Salud y director del Hospital de Jerez. Como suele irremediablemente suceder en estos casos, siempre por razones de fuerza mayor y por causas del todo irrenunciables, se ausentaron, como queda dicho, el abogado y actual hermano mayor del Cristo Jesús Rodríguez, el ex hermano mayor del Rocío Rafael Mateos o Souto Rubiales, que fue director general en Domecq, médicos como Rafael Torres o Pedro Calderón y otros reconocidos jerezanos como Paco Yesa. El rato fue de aúpa, la convivencia bien avenida, la afinidad… a prueba de bombas. Queda repetido hasta la saciedad: ser lasaliano es una seña de identidad. ¿Da pote? Los alumnos del santo de Reims no reparan en el boato del yo, sino en la unidad del nosotros. Y, así, ciudadanos de provecho, por los siglos de los siglos. Y siempre felices. Amén.

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