Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
De Jerez a San Fernando: un abuelo habla con su nieto
Jerez Íntimo
Jerez/La relación -siempre cabal, elegante, a verbis ad verbera- de la Real Academia de San Romualdo de Ciencias, Letras y Artes (San Fernando) con Jerez sostiene una melodía platónica que parece tocada, al piano de lo incorpóreo, por ‘El musiquero de las manos fecundas’, tal así el título del poemario de Carlos Edmundo de Ory. Dicho sea sin ternezas de quien, tal suscribe, siente debilidades por las bonísimas personas que integran sendas corporaciones académicas. Los amigos, entrambas, puede un servidor sumarlos por decenas. Considérese el lenguaje inclusivo en cuanto al género del término amigos, ¿verdad que sí, Adelaida Bordés Benítez, María Elena Martínez Rodríguez de Lema, Yolanda Muñoz Rey, Pilar Chico López, Ana María Orellana Cano, Carmen Borrego Pla, Fátima Ruiz Lassaletta, Paloma Ruiz Vega, Angelita Gómez Sánchez? En papel timbrado debería suscribirse -y no como oportunista factor de cohesión ni como simulacro de ningún pasteleo- el nombre de la persona, académico de pro -a medias jerezano, a medias isleño-, que, singlando desde mozalbete la intachable excelencia de la gestión cultural y la escritura de calidad de párrafo, jamás se apocó ante las deshoras del ora et labora, y supo -porque además pudo- abrochar el brocamantón de las fluidas y gentiles interrelaciones e intercomunicaciones que la Real de San Romualdo y la Real de San Dionisio sostienen desde larga data: el excelentísimo señor don José Carlos Fernández Moreno. ¿He dicho algo? José Carlos encarna algo así como una metainstitución, esto es: una institución particular, individual, dentro de una institución general, corporativa. Todos cuantos conocen de cerca o de lejos su personalidad y su modus operandi corroborarán ipso facto esta aseveración -cuyo fluido tampoco aspira a ninguna clase de sincretismo-. José Carlos, un caballero a capite ad calcem, es la antítesis de la ahora tan en boga IA. Su inteligencia es fluyente y veraz, no analógica ni artificial.
Me agrada recalar en la fonética de José Carlos, que es dicción reposada de correcta expresividad castellana. Habla lento por respeto al prójimo. Y por consideración al idioma, cuya credulidad, en su caso, jamás corre a escape por la vigente desforestación cultural. Cuando cuentas con el concurso de José Carlos las iniciativas nunca finalizan de mala manera. En su régimen interior tiene implantados los estatutos de la exquisitez de formas. Esta finura la ha extrapolado a la dermis de la Academia de San Romualdo, a cuya Junta de Gobierno perteneció a lo ancho de toda una época de esplendor visibilizada durante sus determinantes mandatos en calidad de presidente. Sirvan estas nociones introductorias para recalcar cuanto en la ciudad de San Fernando se tiene por archisabido: que José Carlos es el alma mater del quizá acto más icónico de los preámbulos navideños de la ciudad: el Pregón -y seguidamente concierto- de Navidad de la tierra de Camarón de la Isla. Es una convocatoria elegante de abrigos largos, corbatas en azul marino, noche creciente, villancicos en derredor, frío a las afueras y calor humano según te adentras en el patio de butacas del Real Teatro de las Cortes. Entonces la distinción se adueña del protocolo y cada cual se adhiere a la máxima de Malraux: el siglo XXI será religioso o no será. O incluso del librito anónimo ‘Popol-Vuh’: Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca...
Y parece que a esta máxima se adscribió el pregonero de la Navidad de la presente edición: el académico y músico Manuel Pérez Rodríguez. Acertaron de lleno en su designación tanto el Ayuntamiento como la Real Academia tan eficazmente presidida por José Enrique de Benito Dorronzoro. En el ejemplo que nos ocupa se demuestra fehacientemente que la idea es tan importante como el desarrollo de su contenido. Porque Manuel Pérez cosechó de antemano el rotundo éxito de su Pregón tan pronto determinó la estructura narrativa, la línea argumental, de cuanto quiso expresar. No ha sido hombre asiduo en atriles, en tanto tampoco había sido requerido con anterioridad para tales menesteres. Pero la Academia, pese a tal circunstancia en apariencia atenuante, no consideró a Manuel un principiante de la palabra. Y lo demostró con creces. El indice de su exposición descansó sobre la conversación de un abuelo -él mismo en la verosimilitud de la contextualización- con su nieto. La voz grabada del chiquillo formulaba -como prorrumpiendo de la nada- preguntas en torno a la Navidad… y la sensibilidad del orador respondía in situ, con voz queda, amor sin parangón hacia su párvulo interlocutor, y de cuando en vez arrancándose a cantar, con quejidos de susurros, alguna letrilla tradicional navideña que puso el nudo en la garganta y una ofrenda en la admiración de la concurrencia. Prosa lírica, prosa confesional para explicar qué significan estas fiestas a un ser pequeñín que ahora despierta a la vida. ¿Existe Pregón más emocional que la reproducción real de una larga charla entre un abuelo y el peque hueso de sus huesos, de pelo rizado y blanca encarnadura? De Jerez a San Fernando no media distancia ninguna para comprender que el espíritu de la Navidad radica en la sana curiosidad de un nieto que lanza preguntas a su abu. Preguntas tan inocentes y profundas como el destino de un pesebre hecho salvación del mundo.
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