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Escribo la presente mientras aún contemplo por internet los estragos de la última DANA en los islarios de Baleares. El cuadro de la marina devastada parece tomado de las costas de la Florida o del golfo de México, allende la mar océana, como se decía antaño durante la Carrera de Indias. Veleros y embarcaciones de lujo ofrecían su peculiar fotogenia de desastre, como derrelictos vueltos de costado o encallados sobre calas, atracaderos y espigones. Uno ha de admitir que la furia de la naturaleza, cuando luego alcanza su punto de calma, provoca un placer parecido a la ataraxia. Me acuerdo de lo que dice mi socorrido Orhan Pamuk, para quien mirar el paisaje como un cuadro es un error, pues lo que hay que hacer es mirar el cuadro como un paisaje.
Una semana antes, Jorge Rey, cabañuelista de fama, ya predijo tormentas severas y un giro fresco y húmedo para la segunda quincena de agosto. El joven burgalés, el influencer de las isobaras, cobró notoriedad en redes hace unos años cuando vaticinó el cataclismo polar de Filomena. El arte contemplativo de las cabañuelas a través de la naturaleza permite descifrar como un mundo oculto e intocado, donde una hilera de hormigas, el tránsito de las nubes, el color de un rododendro, el rocío mañanero, la forma de la clepsidra o el pinsapo que mece el viento céfiro de la tarde nos dan la pista aproximada del tiempo que se avendrá para gran parte del año.
Dicen los más recalcitrantes que el verano es una actitud, una manera de pensar. Esto tal vez lo creímos cierto muchos años atrás, cuando el verano nos era grato, pero no hoy, aunque leamos con gusto Si una mañana de verano, un viajero, el libro que José Carlos Llop ha escrito sobre los treinta y tres veranos seguidos que ha pasado frente al mar en su apartada casa, precisamente, de Mallorca. Jorge Rey vaticina que, pese al dios Helio, a fines de agosto volverán los vientos furibundos y las lluvias. Incluso predice algo insólito, como que el invierno anticipará su perdido halo hacia octubre. Desde el olvidado Al Gore, al incrédulo primo aquel de Rajoy y a la afortunadamente desaparecida Greta Thunberg, todos nos hemos sorprendido con este augurio del druida castellano de las cabañuelas. Que el bosquejo del invierno pueda llegar en octubre nos hace pensar, entre otras cosas, que el mundo se resiste a perder las certezas que le ofrecía el discurso analógico del tiempo y de la vida. Puede que no haya este año esa aleación malsonante y fea conocida como veroño. A uno le gustaría que el rey de las cabañuelas augurara el tiempo interior que acontecerá en cada uno de nosotros.
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