José María, Wim Wenders, Emma Nogueiro y Pepito Grillo

Jerez Íntimo

El director de largometrajes y cortometrajes, guionista, productor y actor Wim Wenders, todo un maestro del séptimo arte.
El director de largometrajes y cortometrajes, guionista, productor y actor Wim Wenders, todo un maestro del séptimo arte.

08 de julio 2024 - 06:01

Mi dilecto conmilitón José María no hace ascos a la practicidad del tupperware -sobre todo si cubre varios cazos de callos con garbanzos a temperatura infernal-. Los guisos -a mi parecer- han de achicharrar la comisura de los labios. José María no abdica de su función de amigo, amén vecino, jamás marea la perdiz de los zurcidos emocionales y, como el cristal de brillo, aboga por la transparencia vis a vis. Ya dijo Camilo José Cela que “cada cual es lo que va pudiendo ser y los demás y las circunstancias le dejan”. Y José María es noble sin melindres ni experimentos de ninguna alquimia especulativa. Al pan, pan. Si es de campo -el pan digo-, miel sobre hojuelas. Ambos compartimos sopones -en ese fondo de bañera del tupperware a veces también ribeteado de berza jerezana- y nunca sofocones -dislate del que huimos como alma que lleva el diablo-. Ejercitamos la tabla gimnástica del cucharón -¡Hip, hip, hurra!- y paso atrás.

Solemos coincidir -José María y yo- en gustos adosados: por ejemplo: la devoción por el cine independiente, por el guionista José Giovanni, el cortometraje ‘Foutaises’, el expresionismo en el cine alemán, el love interest, las trece películas de James Bond guionizadas por Richard Maibaum, la Nouvelle Vague, Pepito Grillo -ese animal humanizado que es mentor del camino correcto-, el quid pro quo -como recurso dramático-, Salomé como personaje bíblico y como femme fatale, el monólogo interior de José Sacristán en alguna película de José Luis Garci, el cineasta Wim Wenders, José Bódalo… También, de puro genuinos, por escritores olvidados, como Rufino Blanco o Emilio Carrere. Omito el apellido de José María en atención a su pudor y a su -meritoria- modestia. Lucha mi colega a brazo partido por conservar el anonimato. De alguna temperamental manera asocia la anonimia con los soplidos de la libertad personal. José María es como una cometa blanca -¡ay, aquel programa infantil que tanto gustaba a Lala Prieto!- cuyo vuelo escapaba del dedo índice de niños de hiperbólico cromatismo.

El pasado jueves estuvimos departiendo a propósito de los viajes vacacionales que hemos reservado -al tenor de los destinos no hemos coincidido- así tan pronto arribe agosto en las fechas del calendario. Viajar de la mano de la familia es un placer sin parangón. Fernando Sánchez Dragó me dedicó de puño y letra su libro ‘Finisterre’. La frase central de la dedicatoria, escrita con Pilot punta fina color negro, aseguraba que “viajar es necesario y naufragar también”. Por cierto -digresión-: permítame el lector recomendar a bombo y platillo -de entradilla- dos libros para estos meses estivales: ‘Querido Nano’ -Emma Nogueiro, última compañera de Fernando Sánchez Dragó, ha publicado en Planeta un bellísimo homenaje al amor de su vida partiendo de la correspondencia que el autor de ‘Gárgoris y Habidis’ intercambió con su madre Elena prácticamente a lo largo de toda su

existencia (cuajando así una suerte de biografía recubierta de un sinfín de datos inéditos-) y ‘Los espejos nocturnos’, la poesía reunida de Ángel Antonio Herrera. El titulo nos conecta con una obra de su maestro literario, Francisco Umbral: ‘Los metales nocturnos’. El prologuista de ‘Los espejos nocturnos’, Antonio Lucas, considera que “nada es normal en estos poemas. Nada quiere serlo. Las palabras están sacadas de quicio porque sólo en la posibilidad de su desvarío podemos encontrar su otra verdad, su envés del idioma, si fibrilación”. Fin del excurso, del ‘desvio do tema’.

José María y yo hemos consolidado una tertulia -ni por asomo de postín- a la que se han sumado sobre la marcha nuevos participantes. Ellas y ellos. Porque, según cantaba Mike, el cantante líder de ‘Los bravos’, “los chicos con las chicas tienen que estar”, por supuesto que sí, muy al contrario de cuanto profesara el personaje marinero de Fernando Esteso silabeando aquello de “los niños con los niños, las niñas con las niñas”. La modernidad ha parido las microsociedades que habitan la piscina reabierta -ese rito anual- de tu urbanización. Todos preferimos las bromas y veras de las ahogadillas espontáneas al ahorcamiento del estrés invernal. Hacer pie, sí, a ras de una democracia parlanchina que a todos nos hermana. Los niños balbucean los primeros soliloquios tragando más palabras que agua. Julio ha arribado como un romance de piel resbaladiza. Todo vuelve a suceder. Pese a que Heráclito confirmara que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río. ¿’Y de repente, el último verano’, como el título de la película coprotagonizada por Elizabeth Taylor y Montgomery Clift? Nunca -nequaquam- el último: siempre el penúltimo. El ambiente social de la piscina va sobre ruedas, como un descapotable tuneado de césped y palmeras. Los flotadores -todos blancos- apilados, unos encima de otros, a veces disfrazan el espacio de muñeco Michelín…

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