José Suárez Peña, Medalla al Mérito de un jerezano hecho a sí mismo

Jerez Íntimo

José Suárez Peña -autobiografía y lirio- siempre evidenció un alto concepto de la amistad.
José Suárez Peña -autobiografía y lirio- siempre evidenció un alto concepto de la amistad.

26 de junio 2024 - 07:00

El legado es al difunto lo que la virgulilla a la eñe. O el antifaz al penitente. O la ilusión al alba del 6 de enero. O la doble comilla al parafraseado. O Estrabón a la esfericidad del Planeta. O el vellocino de oro al mismísimo Apolonio de Rodas. O José Manuel Cuenca Toribio a una semblanza andaluza. O la psicosis a la penúltima novela de Stephen King. O el mundo insaciable a un verso de Luis Cernuda. O el cabello pelirrojo a Óscar Wilde. O Apollinaire a la buhardilla. O el gol al fondo de la red. O el trago al botijo. O la lágrima a la tristeza. Bis: o la lágrima al júbilo. O Jean Cocteau a la raza de los acusados. O Kafka al utillaje del dietario íntimo. O la educación del ojo a la estilográfica de Hermann Hesse. O la muerte de Carrero Blanco al tardofranquismo. O la lectio brevis a los ensayos de Ricardo de la Cierva. O los niños al cortejo nazareno de la sevillana Soledad de San Lorenzo. O la rebeldía a la poesía de Rimbaud. O la velocidad al galgo corredor. O la fealdad al desplante. O Mademoiselle Isabel a Blas de Otero. O la religión de la belleza estética a Rubén Darío. O una actriz rubia a cualquier película de Alfred Hitchcock. O Ícaro al laberinto de Creta. O el minimalismo a Yasuhiro Ozu. O el placer de lo estrafalario a Federico Fellini. O el sentimiento en la madurez a John Ford

Decíamos ayer… -puro fray Luis de León- que el legado es al difunto lo que... La mejor herencia de una persona cabal -autobiografía y lirio- estriba en el amor sin medida que a voluntad expandiera durante sus años de permanencia en este reino de los vivos –“dulcedumbre” y arcilla- y en las enseñanzas -sin ínfulas de notoriedad ni derechos adquiridos a las bravas- que regalara gratis et amore al hilo de su identidad y cuya granazón fue contagio y espejo no exclusivamente para allegados (y santa compaña) sino también para, ademas de propios, extraños. Uno es indefectiblemente aquella cantidad de amor que da. Aquella suma de amor que recibe. Particularmente el amor cristalino, sin treguas ni costuras ni a cobro revertido ni agazapado tras la treta de los intereses creados. Esta conclusión -que no precisa de silogismo- se sintetiza según la lacónica confesión que, en la escena final de ‘Ghost’ -aquella película romántica que estremeció incluso a quienes poseen alma de cántaro y corazón de hielo-, pronunciara Patrick Swayze interpretando a Sam Wheat mientras partía hacia otra estancia probablemente más celeste: “Es increíble, Molly: no te imaginas cuánto amor me llevo”. ¿Existe frase más conmovedora entre dos personas que se despiden para siempre?

En la página 130 de la edición de bolsillo -año 1971, Barral Editores- de la novela ‘Los pasos perdidos’ del colosal escritor barroco Alejo Carpentier podemos leer lo siguiente: “Los hombres de las ciudades en que yo había vivido siempre no conocían ya el sentido de esas voces, en efecto, por haber olvidado el lenguaje de quienes saben hablar a los muertos”. Sí: están incapacitados para dialogar con los muertos quienes padecen el

endurecimiento de las paredes del músculo cordial de su organismo. Quienes sólo ven lo meramente visible y quienes únicamente avistan a corto plazo aquello que -inextricable- también será superfluo y harto previsible. En estos pensamientos anduve sumergido tan pronto supe la noticia del fallecimiento de un amigo que a su vez también lo fue del autor de mis días: José Suárez Peña. Coincidimos infinidad de veces en la redacción de Jerez Información. Nuestro bombero gitano -Medalla al Mérito en el Trabajo- fue un tenaz creacionista de principios humanos. Siempre tan agradable. Siempre tan impecable. Siempre tan firme y cercano. Siempre tan limpio de espíritu y tan generador y regenerador de vivísimas percepciones para contigo. En la ciudad fue popular por méritos propios. En la tertulia de la Canilla… un ciudadano pro Jerez que jamás se metió en los berenjenales de la crítica destructiva a terceros. A nadie puso -ni de frente ni menos aún por las espaldas- como chupa de dómine. Su categoría cristiana jamás lo hubiese consentido.

Nos considerábamos amigos justipreciados, sin desmesuras que tienden a la exageración ni hipotecas emocionales a remolque. Elegimos la casilla de los afectos que no dan gato por liebre. La muerte de José Suárez -corría el año 1933 cuando vio la luz primera en la calle Cantarería- ha copado amplio espacio en los medios de comunicación de la ciudad. Como el Señor del Prendimiento manda. Porque fue alta -como un varal de paso de palio- su conquista. ¿Me equivoco, Francisco Ruiz Méndez? Entre sus contertulios siempre destacó Paco Franco Pozo, quien también dominaba la joya dialéctica de una conversación sabia y experimentada. José Suárez Peña se daba a querer. Su cariño siempre te secundaba. Todos los jerezanos que tratamos con asiduidad a José Suárez -¡cuánto adoraba a la niña de sus ojos Josefa Antúnez!- guardaremos un imborrable recuerdo de quien, sonriente, supo hacerse a sí mismo, como un soneto por bulerías. Como la aritmética del agua. ¡Un fuerte abrazo para su hija Josefa y su yerno Antonio Jaén Pacheco!

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