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Parecía que Francisco Bejarano, al modo de Greta Garbo, se había retirado en la plenitud de su obra y su belleza eterna, iluminando la espera de un regreso que nunca se producía y hacia el que el propio autor se mostraba siempre desdeñoso. Dejó de publicar sus premiados artículos para Grupo Joly, abandonó el balcón de La Moderna desde el que ya no se podía fumar y en el que descubrió que el alma de las cosas amadas ya no se paseaba por la calle, sino que estaba escondida en los recuerdos, los libros y el cine. Percibió satisfecho que el talento que un día supo intuir y que ayudó a cristalizar en la poesía más joven, se ha consagrado hoy en los mejores poetas de este tiempo, José Mateos, Pedro Sevilla o Felipe Benítez, por citar los más queridos.
No nos quedaba otro consuelo a los que siempre le esperamos que acompañarle en su retiro, disfrutar de su conversación inteligente en la intimidad de su casa, en el corazón de su biblioteca. Abrigar su incurable melancolía, reír con su humor cruel como la vida a veces, ver en su displicencia el dolor de una herida abierta. Compartir una copa de vino ámbar en esas tardes de decaer dorado que tan bien describió en el libro de poesía que le valió el Premio Nacional de la Crítica. Escuchar de su preciosa voz los mejores versos. Encontrar en él la mirada del niño inseguro, los destellos de su soledad, el anhelo de un amor que fuera aliento y nunca se cumpliera del todo.
Ha sido mérito de Marie Christine del Castillo, editora de Renacimiento, quien ha obrado el milagro de conseguir que Francisco Bejarano vuelva a escribir un libro de poemas bajo la excusa, siempre tentadora, de tratarse de un libro de despedida. Probablemente si le hubiese pedido, como hemos hecho todos, que volviese a escribir o que escribiese un libro más, la respuesta hubiera sido negativa. Para qué. Pero eso de la despedida, le imprime un dramatismo de aria operística tan del gusto del autor.
Y así ha surgido el orgulloso título ‘Contra el júbilo’ (Calle del aire, Renacimiento) en el que no hay despedida alguna sino reencuentro con la mejor poesía. Como dijera José Luis García Martín en una de sus críticas, puede que Francisco Bejarano abandonara la poesía, pero la poesía nunca le ha abandonado a él. En su impecable clasicismo, es un nuevo libro de amor crepuscular que nos hace sentir uno de los primeros versos: “No es posible vivir sin lamentarlo”.
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