El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Cambio de sentido
Juana la Lo-ca/ tenía una to-ca/llena de ca-ca/¡para tu bo-ca!”. Este es, junto al cuento de María Sarmiento, uno de los cacharros verbales y escatológicos favoritos de los nenes de la casa –dos años el chico, cinco el grande–. No saben quién fue la pobre Juana, ni del todo qué es una toca, sino lo importante del juego, su funcionamiento: estructura y ritmo, cifra y aroma, asuntos estos radicalmente más principales que el contenido. No hay juguete o, mejor dicho, el lenguaje es el juguete mismo. Me conmueve leer esta misma broma en los Afuresmas de Lorca, en los que el poeta se burlaba del estilo aforístico de José Bergamín. Viejo juego, el de las retahílas, trabalenguas, palabrizales. Tan viejo como vivo, cada vez que una niña se lo echa a la boca.
El amigo –al que le estoy contando esto que acaban de leer– me habla de Ricochets, la exposición de Francis Alÿs que hasta el 1 de septiembre puede verse en la Barbican Art Gallery de Londres. Ricochets (en español, Rebotes; los que hacen las piedritas al lanzarlas racheadas sobre el agua) recoge imágenes grabadas por el mundo de niñas y niños jugando. Chaveas en Hong Kong, Afganistán, Iraq o México juegan a lo mismo que jugábamos nosotros. Tan lejos y tan cerca, tan ahora y tan ayer: la comba, la silla, los cromos, piedra papel tijera, el lobo y los corderos (“¡Que sus come el lobico!”, vuelvo a Lorca contando cómo lo jugaba el zaquizamí). Son también los mismos juegos que, a pesar de la digitalización y el pantallismo, continúan alborotando de risas y gritos nuestra casa. De nuevo hablamos de estructuras, roles y reglas que, lejos de limitar, expanden las posibilidades y la creatividad. Dice Bergamín: el hombre juega por entretenerse, pero el niño juega por jugar. Más nos valiera, como hicieron poetas y matemáticos de OuLiPo, volver a jugar como niños.
De las grabaciones de la exposición, escojo esta: Iraq, 2017. En una aldea en ruinas cerca de Mosul, los chiquillos juegan un partido de fútbol. Esto no tendría nada de particular si no fuera porque juegan sin pelota. Daesh proscribe este juego, ¡haram!; en 2015 los yihadistas asesinaron a 13 niños por haber sido sorprendidos viendo un partido. En este vídeo, los nenes sostienen en el aire una pelota imaginaria, adivinan su trayectoria, paran penaltis, nos meten un gol. Es el gol que nos reta a la posibilidad, al acuerdo, a la inteligencia, al deseo. A jugar como niños. Pocas cosas atentan más y mejor contra el fundamentalismo, sea cual sea, rece a quien rece.
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