Julio Verne vuelve en septiembre

La ciudad y los días

12 de septiembre 2024 - 03:06

Como todos los septiembres, vuelvo a Verne. La infancia recuperada, como tituló Savater su extraordinario libro. Confortable olor del papel amarillento de mis viejos libros de Verne que huelen a inicio de curso, goma de borrar, madera de lápices, cuero de la cartera que se llevaba a la espalda, papel de los cuadernos con todas las páginas en blanco y de los libros escolares nuevos. Y a la leña de la chimenea junto a la que los leía. Verne es el autor que desde hace más años me acompaña. Primero en su idioma, en los libros de la biblioteca del Instituto Francés de Tánger a la que los profesores de la escuela pública francesa Perrier nos invitaban a apuntarnos: alto mostrador y severa señora a la que entregábamos el libro leído en el plazo fijado y pedíamos el nuevo. Después en las ediciones españolas, abreviadas y con ilustraciones, de la colección Historias de Bruguera y por fin en las ediciones de Molino. Sin olvidar las películas basadas en sus novelas que vimos, con tanto asombro, los niños de los años 50: entre 1954 y 1962 se estrenaron 20.000 leguas de viaje submarino, Miguel Strogoff, La vuelta al mundo en 80 días, De la tierra a la luna, El amo del mundo, Cinco semanas en globo, Los hijos del capitán Grant y sobre todo La isla misteriosa y Viaje al centro de la tierra convertidas casi en óperas vernianas por las poderosas músicas de Bernard Herrmann.

A algunos autores de aquellos años he dejado de leerlos. Pero, además de a Scott, Wells, Marryat, Kipling, Curwood o Rider Haggard, y por supuesto a Conan Doyle y Stevenson, he sido siempre fiel a Verne. Y él lo ha sido a mí. Disfruto estos días de las aventuras de Dick Sand, la señora Weldon, el despistado Benedicto, el noble Tom, el forzudo Hércules, el perro Dingo, el traidor Negoro y el malvado Harris. No se trata solo –aunque también– del ejercicio nostálgico de recuperar la infancia. Sobre todo, como escribe Savater, de “fidelidad a lo que ha hecho gozar” y del placer de reencontrarse con “esos narradores que me gustan por las mismas razones que a los niños, es decir: porque cuentan bien hermosas historias, que no conozco razón más alta que esta para leer un libro”. Algo que nunca entenderán aquellos que él llama “lectores envejecidos en la mediocridad de la suficiencia”. Se equivocan. Ser gourmand disfrutón en vez de exquisito gourmet no significa carecer de paladar.

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