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Alcaraz y la selección: buen domingo para España. Y para millones de españoles que disfrutaron del excelente juego del tenista y de la selección –con sus puntos de emoción cuando sus contrincantes se crecían y ellos se recrecían– y la euforia de las dos victorias.
La final de la Eurocopa fue seguida en TVE por una media de 13.587.000 espectadores, la cuota de pantalla alcanzó el 78,7% y durante al menos un minuto los 18,9 millones y un 84%. Fue el partido más visto de la selección desde 2012. A lo que debe sumarse que el partido de Alcaraz en Wimbledon batió récord en las audiencias de pago, logrando 544.000 espectadores, el 33,7% de cuota de pago y 709.000 contactos.
El entretenimiento, sea deportivo o de ficción más o menos creativa, es una democracia en la que se vota seleccionando uno u otro canal, descargando una u otra música, comprando una, otra o ninguna entrada de cine o de teatro, y uno, otro o ningún libro. El veredicto del público el pasado domingo fue abrumador. Hubo unión, placer y emoción viéndolo, y alegría celebrándolo. Que la mala política no separe lo que el deporte ha unido.
El diario francés L’ Equipe –por no citar testimonios patrios– tituló: “España, la coronación del colectivo”. Arrancando así la crónica del partido: “El fútbol no es solo un mal deporte frío y cruel. Sabe ser bueno. El domingo ha recompensado al mejor equipo de esta Eurocopa, volviendo a dar brillo a los principios colectivos y la ambición del juego”. No estaría mal que para nuestros asuntos públicos adoptáramos esta unión de un colectivo con la ambición de abordar los asuntos de estado que lo exigen. Las grandes audiencias y los éxitos de ventas, taquilla o descargas no tienen necesariamente que ver con la calidad del producto. Pero tampoco con su falta de calidad. Hubo un tiempo en que los pedantes despreciaban cuanto tuviera éxito, dando por sentado que el gran público era imbécil y de cortas entendederas. Y que, por lo tanto, cuanto le gustara tenía que ser tosco, grosero y elemental. El deporte, por supuesto, en primer lugar (y antes que él, los toros). Y después, cuantas obras de ficción triunfaran. Es la oposición clásica entre el argumentum ad populum, basado en el número, y el argumentum ad verecundiam, basado en la autoridad. Ni uno ni otro –por populista el primero y por elitista el segundo– reflejan verdades absolutas.
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Gracias, Errejón