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Mikel Lejarza
Toulouse
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Democracia y censura no son, ya, términos incompatibles. Quienes crecieron en Europa Occidental a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial creían que la libertad de creación era algo conquistado o reconquistado para siempre. Mutilar o prohibir películas y libros pertenecía al pasado y nunca volvería a suceder. Lo mismo sucedió en España a partir de 1977. Se acabó traerse los libros de Ruedo Ibérico, viajar para ver las películas prohibidas, buscar ediciones argentinas de Lorca o Camus y el ridículo de la alteración de los doblajes que alcanzó su cumbre de rechifla popular con Mogambo pero duró hasta los años 70, casos de La huida o de Ella, yo y el otro (grosero título español de César et Rosalie) en la que se hacía hablar a un personaje con la boca cerrada para evitar que la película terminara con un trío de amantes conviviendo.
Cosas del pasado que nunca volverán. Pues no. Se multiplican los casos de mutilaciones o manipulaciones de obras, hasta de los clásicos, para adecuarlas a la corrección política y al llamado lenguaje inclusivo. Su última víctima, de momento, ha sido Road Dahl. El sello Puffin Books de Penguin Random House, en acuerdo con los herederos de Dahl, ha contratado a "lectores sensibles" de Inclusive Mind -"un colectivo de personas apasionadas por la inclusión y la accesibilidad en la literatura infantil"- para que reescriban fragmentos de sus obras y así "puedan seguir siendo disfrutados por todos hoy". ¿Los resultados? El Augustus Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate pasa a ser "enorme" en vez de "gordo" y los enanos Umpalumpas "personas pequeñas". Cuando en Las brujas se dice que estas son calvas bajo sus pelucas se añade, porque además de cambiar o quitar palabras también se meten morcillas: "Hay muchas otras razones por las que las mujeres pueden usar peluca y ciertamente no hay nada malo en eso". Los "hombres nube" de James y el melocotón gigante se han convertido en "seres nubes" y los hijos de Mr. Fox en hijas. Las manipulaciones del texto alcanzan su cumbre cuando en Matilda se hace que la protagonista, en vez de al cancelado Kipling, lea a Jane Austen.
Poco antes de fallecer en 1990 el propio Dahl se plantó, megáfono en mano, en la puerta del cine en el que se estrenaba una versión de Las brujas pidiendo que no se entrara a verla porque le habían cambiado el final para hacerlo más amable. Pobrecito mío.
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