Las letras dormidas

La ciudad y los días

13 de agosto 2024 - 03:03

Terminaba ayer preguntándome si ceder a la tentación de leer este libro impaciente recién comprado que se cuela descaradamente entre las inestables torretas de los que esperan ser leídos, ser fiel a los que llevan tanto tiempo aguardando que empezaron a amarillear sin ser leídos o pasar de unos y otros para releer lo tantas veces leído.

Añado algo que solo entenderán quienes tengan los años suficientes: ¿seguir comprando libros como hacemos desde que éramos adolescentes o ceder al desánimo de saber que no dará tiempo a leerlos (salvo que nos implanten el chip de la inmortalidad de Elon Musk). Opto por lo primero, aunque a un ritmo mucho más pausado y con un criterio más selectivo. Porque, ¿cómo renunciar al placer de buscarlos, ojear en las librerías lo que promete placer, conocimiento o ambas cosas a la vez, tenerlos en casa y dudar cuál será el próximo que leamos?

Si Salvador Catalán, en este periódico, y Grosso, en el café nuestro de cada día, me dicen que con motivo del 125 aniversario de su nacimiento se ha reeditado La música es mi amante, las memorias de Duke Ellington, ¿cómo resistirse a sus 556 páginas? Ánimo. Y adelante.

Comprar libros que no nos dará tiempo de leer, lejos de ser una compulsión, es una forma de optimismo compatible con la atención a las letras dormidas que aguardan pacientemente ser despertadas por la lectura o por la relectura de lo que quizás hayamos olvidado. Un ejemplo: doy tarde (culpa mía) con la editorial La Biblioteca de Carfax –llamada así, buena humorada, porque es la abadía que Drácula escoge como residencia en Londres– y su lote de novelas góticas escritas por autoras inglesas del XIX y principios del XX –Amelia B. Edwards, Edith Nesbit, Marjorie Bowen, Mary Elizabeth Brandon, Rhoda Broughton, Rosa Mulholand, Daphne Du Maurier– y como soy amante de la literatura fantástica victoriana y eduardiana, me lanzo sobre ellas. Pero antes tengo la cautela de revisar las que tengo, leídas o en espera de serlo, para evitar repeticiones. Y me encuentro con La princesa y los trasgos del gran (y olvidado pese a haber sido apreciado por Dickens, Thackeray o Trollope, mentor de Lewis Carroll e inspiración de C. S. Lewis, Tolkien y sus Narnia y Tierra Media) George McDonald, cuyas letras dormidas me aguardaban desde hace 29 años. Hice justicia a su paciencia. Que esperen los demás. Y el de Ellington cuando llegue. Que llegará, seguro. ¿Cómo resistirse?

stats