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HACE unos años comentaba en esta misma columna acerca del fin de una época gloriosa del deporte español. Por aquel entonces, junto a los Gasol, Navarro y otros deportistas que han laureado el deporte español en este primer cuarto del siglo XXI, yo jubilé a Rafael Nadal.
Ni que decir tiene que estos dioses del deporte tienen un umbral de sufrimiento muy por encima de cualquiera de nosotros, mortales al uso. Es por ello que desde que escribí aquel artículo titulado el 'Ocaso de los dioses' hasta la pasada semana han pasado algunos años en los que Nadal ha sido capaz de alargar su carrera. No seré yo quien le ponga un pero a uno de nuestros emblemas patrios, pero lo cierto es que en dicho periodo de tiempo prácticamente no ha podido competir por mor de las lesiones y cuando lo ha hecho, salvo en algún torneo menor, no ha podido brillar.
Quizás lo más doloroso, primero para él y su entorno más cercano y después para los millones de seguidores que hemos disfrutado la espectacular carrera de Rafa a lo largo de más de veinte años, no ya sólo en España sino en cualquier parte del mundo, haya sido la despedida como jugador profesional.
Se había preparado el mejor guión posible, digno de una superproducción de Hollywood, pero que finalmente quedó en un decepcionante y lógico final deportivo, seguido de un homenaje final de despedida cutre y desangelado. El guión ya digo que sobre el papel era un broche de diamantes único, ganar la Copa Davis para España, entregando el testigo como compañero a Carlos Alcaraz y ya de paso fin de fiesta al lado de toda aquella persona que ha sido alguien en la carrera de Nadal.
Hollywood es una cosa y la vida es otra. La eliminación de España ante Países Bajos acabó de golpe con la película y nos dimos de bruces con la vida, que muchas veces puede ser maravillosa como le gustaba decir a Andrés Montes, pero como cada día comprobamos la mayoría de los mortales, es compleja, dura y sacrificada. Encima, quisieron montar un homenaje de despedida en medio de la tristeza y la derrota, como para reivindicar la humanidad de un dios, algo que acabó indignando a su círculo más cercano.
Ya que Nadal quiso llegar hasta aquí, lo coherente tras perder y quedar eliminado era haberse despedido como equipo en la cancha, marcharse a vestuarios y dejar a los ganadores celebrar con sus aficionados y después, con toda la tranquilidad del mundo, montarle un homenaje como dios manda. Pero bueno, doctores tiene la iglesia como para que yo venga a dar lecciones de nada.
El tiempo es inexorable, rival implacable, que siempre saldrá airoso cuando se enfrente con nosotros en el último partido. Esa es la enseñanza que puedo sacar de este último capítulo de Rafa Nadal como jugador profesional. Ya que sabemos que nuestro final es pasar, el objetivo es disfrutar del camino hasta que llegue el momento de partir, la fiesta final y los fastos son lo de menos, sobre todo para el que se va.
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