La otra orilla
La lista
Descanso dominical
No gasto gintonics, no me gustan, y menos desde que tienen más tropezones que un gazpacho con guarnición; pero no me importaría nada apretarme un par de ellos con Joaquinito, de procesión por los bares que usábamos de oficina, buscando al cabrón que le robó el mes de abril. Sería uno de los primeros objetivos en mi lista de ‘Cosas que hacer antes de los 50’ si es que alguna vez hubiera o hubiese perdido el tiempo rezando un rosario de cosas que hacer antes de los 50. Todo el mundo sabe que un listado así, en parte, sólo conduce a la melancolía, a una letanía antipática y malsonante de todo aquello que aún no pudo ser y que, según qué capítulos, no será jamás. Qué te digo yo, un piso de estudiantes, años noventa, en Malasaña; una bodeguita de finos y amontillados convertida en tabanco solo para los amigos; una corresponsalía en territorio comanche, como las de Pérez Reverte; una gira planetaria afinando las guitarras de The Edge; un destierro a orillas del mar de Conil; un cuarto de cabales donde escuchar a Rocío contar lo que daría ella por empezar de nuevo...
Si me hubiese entretenido en cartografiar mi incierto destino de esta manera, lo habría hecho en una delgada cuartilla de papel doblada en dos partes y escondida entre las páginas de un libro por releer. Así, la hallaría por sorpresa una tarde cualquiera y volvería a sentir ese hervor de íntima felicidad y emoción que produce encontrarse de forma inesperada con un recuerdo noble y generoso. Probablemente, revisando cada mandamiento de esa lista de cosas que hacer antes de los 50 me sonreiría con las ocurrencias y me descojonaría con los imposibles anotados en esa alineación onírica. Quizá hubiese por ahí algún verso suelto que tachar e incluir en el apartado de misiones cumplidas. Pero poco.
Conozco a un tipo, un buen amigo cosecha también del 74, que me recitó una vez, recién cumplida la cuarentena, sus pronósticos y envites para la década en ciernes. Su lista de cosas que hacer antes de los 50. Una de ellas era correr una maratón. Aún me parece oír el eco de las carcajadas. Obviamente, no lo ha cumplido y creo no equivocarme en que el resto de objetivos, la inmensa mayoría, ha ido por los mismos derroteros. Pero tranquilos, ya les digo yo que no le ha hecho falta en absoluto. Lo que es hoy día, sus grandes éxitos, algún que otro fracaso, sus amores luminosos, su vida felizmente imperfecta no aparecía en aquella misiva al provenir porque ni él mismo pudo imaginarlo entonces pese a su creatividad galopante e infinita. Puede que me hubiese ocurrido igual, seguro, aunque para eso lo cierto es que tendría que haber redactado una de esas listas.
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