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En tránsito
Adiferencia de lo que pasó en los últimos años del franquismo –cuando Franco estaba todavía vivo pero el franquismo estaba muerto–, Pedro Sánchez es un zombi político pero el sanchismo está muy vivo. Aún hoy, millones de personas creen a pies juntillas que Sánchez es un político impoluto y honesto que defiende a los pobres y que lucha contra los poderosos. Millones de personas siguen pensando que sin él y sin su Gobierno las mujeres tendrían que vivir encerradas en la cocina con el uniforme rojo del cuento de la criada y los homosexuales serían internados en campos de reeducación o en terroríficas clínicas de conversión. Y aún hoy, millones de personas siguen pensando que el país está gobernado por profesionales competentes que sólo velan por el bien común. Basta hablar con amigos, conocidos, compañeros de trabajo, familiares, vecinos… Por muchas revelaciones comprometedoras que salgan a la luz, por muchos Aldamas que canten en la Audiencia Nacional, esta gente seguirá convencida de que España se convertirá en un tétrico campo de concentración si gana esa criatura monstruosa que ellos llaman “la derecha”.
Esta semana hemos visto que una reforma fiscal que va a determinar la política económica de los próximos años se ha tenido que pactar a última hora en una especie de reñidero de gallos (o frenopático improvisado) que también resulta ser el Parlamento de la Nación. Y hemos visto que las negociaciones políticas, en un país que ha vivido la devastación indescriptible de la Dana, se siguen desarrollando según el viejo esquema de que siempre hay que contentar primero a los coros y danzas nacionalistas. Y ni siquiera se hace el más mínimo esfuerzo por disimular o por edulcorar lo que se pacta. Al contrario, todo se hace con el mismo descaro de siempre y con la misma altanería chulesca: votitos de ERC o de Junts, votos del PNV o de Bildu o del que pasaba por allí, y aquí paz y después gloria. Como si no hubiera pasado nada. O peor aún, como si no importase nada todo lo que ha pasado.
Pedro Sánchez introdujo en la política española el desprecio, el matonismo y el odio que los nacionalistas tóxicos practicaban en Cataluña y en el País Vasco contra todo el que no fuera nacionalista tóxico. Se irá, me temo, rodeado de desprecio, de matonismo y de odio. Será el único legado de este detestable aprendiz de brujo.
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