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El lanzador de cuchillos
Lucrecia Pérez era una mujer dominicana de 32 años, recién llegada a Madrid en busca de trabajo, madre de una niña, Kenia, que aguardaba en República Dominicana con el resto de la familia a que su madre volviera con recursos o a que pudiera llevarla con ella a Europa.
Enferma, sin casa, sin papeles y sin empleo, Lucrecia acabó en uno de los refugios improvisados donde malvivían sus compatriotas a falta de algo mejor: la discoteca abandonada Four Roses, de Aravaca, en el norte de Madrid. Allí, en 1992, el año en que España entraba, vía Expo y Olimpiadas, en la modernidad, cuatro nostálgicos del fascismo –un guardia civil y tres adolescentes– la mataron a tiros porque “a los negros había que darles un escarmiento”, según su propia confesión. Fue el primer asesinato racista de la joven democracia española. La razón del crimen, según el fiscal del caso: “Era extranjera, negra y pobre”.
Kenia Carvajal, hija de Lucrecia Pérez, se vino a vivir a España hace algo más de una década y trabaja en el Movimiento contra la Intolerancia, precisamente en campañas de sensibilización y apoyo a víctimas de delitos de odio. Tiene un hijo de la edad de los asesinos de su madre.
David Lledó, de 39 años, vecino de la localidad alicantina de Gata de Gorgos, fue asesinado hace unos días por dos marroquíes que lo molieron a palos y lo remataron golpeándole en la cabeza con un bate de béisbol. David era tatuador y se encontraba diseñando unos bocetos para un amigo en su taller cuando decidió acercarse a un bar de la zona para comprar una botella de agua. Momentos después, el amigo salió del local a fumarse un cigarro, escuchó gritos provenientes de una calle cercana y cuando llegó, alarmado, al lugar se encontró a los dos jóvenes magrebíes golpeando a David hasta la muerte, delante de su hijo de 16 años.
Un tío del tatuador alicantino ha relatado algunos detalles del crimen: fue atacado por la espalda, cuando estaba totalmente desprevenido. ¿El motivo? Al parecer, David, unos días antes, había afeado la conducta de sus asesinos, que habían protagonizado altercados y faltas de respeto a mujeres y niñas de la localidad.
En este país vomitivamente polarizado hay denunciantes del crimen de Lucrecia –de actualidad por la serie que lo recrea– que disculpan a los asesinos de David y viceversa. Conforta saber que las familias, impecables en sus declaraciones, son mejores que los hooligans que dicen apoyarlas.
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