Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
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Cambio de sentido
A propósito del preocupante aumento de intentos de suicidio de niños y adolescentes -que voy conociendo no sólo por los medios, también a través de madres y profesoras-, escucho por la radio que algunos centros educativos están elaborando sus propios planes para detectar conductas suicidas. Entre los ejercicios que proponen al alumnado -sigue contando la radio-, hay uno que consiste en pedirle a los chaveas que sitúen en su mapa mental un lugar en el que se sienten seguros. Algunos han revelado que ese sitio es la casa de sus abuelos.
La respuesta me conmueve por varias razones. Primero, porque pienso en cada menor que se siente sola, incomprendida o agobiado, y dan ganas de susurrarle: "¡Mayday, mayday! Corre a tu lugar seguro". Segundo, porque hay quienes avistan tierra firme an ca la abuela. No me extraña. La casa de la abuela es, en los mejores casos, un refugio del que escapar de la presión de los padres y la escuela. La misión necesaria de los abuelos es -cito a Manuel González Mairena- malcriar bien. La abuela y el abuelo dan cuartelillo, otorgan misericordiosas licencias y no pocos sacan para adelante a sus nietas y nietos. Si en mi adolescencia me hubieran preguntado por un lugar seguro, también señalaría la casa de la abuela, con sus cámaras llenas de cartas viejas y membrillos, su patio, el romi con la laca y la abéñula, el ropero con luna y alcanfor donde dormía, espectral, el vestido de novia de mi madre. Mi cama de madera hecha a mano por abuelito. Pienso en las no pocas autoras de mi generación que han escrito novelas y poemarios basados en sus abuelas y abuelos. Somos hijas de un mundo en el que muchas mujeres -en las que recaía el peso de los trabajos reproductivos- se incorporaron al mercado laboral; los progenitores de nuestros progenitores fueron un apoyo valioso, en una Andalucía en la que aún la familia extensa era partícipe activa en la crianza.
Pienso también en la idea de un lugar seguro. ¿Tengo alguno en la actualidad?, ¿lo necesito? Medito un poco y me digo sí. Necesito y tengo lugar y un rato a diario donde sentirme tranquila, recogida en mí misma. Frente a la mala fama que tiene eso que llaman zona de confort (y que no sé qué es, pero todo el mundo dice querer salir de ella), me declaro militante de los rincones intransferibles y de las gentes que me hacen sentir acogida, relajada, en casa. Nos iría mucho mejor si todos tuviéramos un lugar donde dejarnos caer y ser quienes somos. No es poco.
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