Santiago Cordero
El cumpleaños
Desde la espadaña
EN la memoria llevamos troquelado el reflejo de la madre. En el fondo somos aquello que se nos trasmitió en el seno materno. El cesto de nuestro ser es la trama y urdimbre de aquella mujer que nos acunó en su entraña. Nada hay que seamos que no sea ella: somos sus pasos, su mirada, sus andares y ese no sé qué que nos hace parte de su corazón y su cintura. Así permanece en nosotros, hecha raíz indestructible, velada, oculta a la vez que sostiene cada centímetro de nuestro crecimiento.
La vida nos expulsa a la intemperie, como si nos quisiera sacar de su regazo; pero ella permanece, más allá de lo físico, entre los poros de la piel y en los intersticios del alma. Es nuestra aliento y siente y sentimos el mismo latido de por vida, como una placenta continuada, por ser ella el universo desde donde venimos y, acaso, el único que necesitamos: yo y tú, hijo y madre en un abrazo cósmico que da sentido a todo. Parece que se separan, pero no es verdad, van el uno en el otro, insertos, complementados, fusionados más allá del espacio, como dos latidos acompasados de una misma sinfonía.
Basta decir ¡madre! para abarcarlo todo. Ella define nuestra existencia desde la vida hasta la muerte. Cada nube que pasa son pareidolias de su figura. En la muerte, sobre todo, porque mientras hay madre uno cree que la muerte no tiene poder sobre él. ¡Y cómo se conmueve todo cuando muere! Sientes la orfandad de quedarte sin principio ni fin, como si se hubiera ido la vida toda, y así es ¿Qué palabra sería la adecuada para honrarla ahora, qué razón suficiente y a la vez necesaria? Sus gestos, son ellos quienes mejor hablan: pudor, silencio y entrega. Simplemente hace y calla. Y así sigue, en donación constante y en mirada limpia.
La Merced tiene esa mirada de Madre. Desde su camarín contempla el acompasado ritmo de la historia, el trascurrir de cada jerezano que se ha postrado a sus pies ¡Cuántas miradas se han consolado en sus ojos! Generación tras generación que hoy, una vez más, se concita para celebrar un nuevo aniversario de Madre, la mía, la vuestra, la universal Madre que extiende su manto sobre todos. No hay buenos ni malos, sólo hijos, sólo indigentes pródigos que se acogen bajo su regazo.
Hoy es un día para sentirnos entrañablemente unidos a la madre, religados a ella, umbilicados a su amor. Hacemos memoria agradecida de quien nos dio a luz y funda nuestra esperanza, evocamos para no perder el pasado o no desaparecer como pueblo, ni en cultura ni en historia ni en sentido. Ella aglutina, como Madre de la Merced, la identidad de quiénes somos como pueblo, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Te ofrecemos nuestro testimonio de amor y agradecimiento. Puesto que eres la matriz de nuestro origen, mantennos arraigados en la fe para que no perdamos el verdadero sentido de la historia, la cultura que nos identifica y la familia que hemos sido en torno tuyo y que queremos seguir siendo, con la libertad de los hijos de Dios “Pues sois de jerezanos Patrona y Redentora, rogad por vuestros hijos de la Merced Señora”.
Eres cobijo, confianza necesaria y esencial, encuentro originario que nutre el sentido sagrado de nuestra existencia. En estos tiempos azarosos, en los que el valor de la maternidad se pone en entredicho, buscamos entrañar y desentrañar el sentido de nuestra vida desde la maternidad de tu persona. Sabemos que como madre nos has de sostener en la frontera de la historia, sobre todo cuando la verdad se diluye y el horizonte se difumina. Eres Madre, Patrona protectora, de quienes nos sentimos desvalidos y débiles. Sin ti nos situaríamos en la vecindad de la muerte. No lo permitas, Madre querida de la Merced.
Te hemos situado en el trono de la gloria porque sabemos que una madre, al fin y al cabo, es referencia de absoluto, siendo, como eres, la Madre del mismo Dios. Viéndote a Ti, veo a Dios en esos tus ojos misericordiosos, un rostro materno del Padre y no de juez implacable ni condena alguna. Veo en Ti a Dios, porque me llevas a él de tu mano, y con eso me basta.
Eres mi Eva primigenia, garantía de vida y no de castigo, promesa de salvación antes que muerte, seno y regazo y no sepultura. Hoy me siento bien contigo en el cobijo de la Madre-Iglesia, cuando es misterio de maternidad y abrazo, simplemente. Me siento a gusto en ese primer nido acogedor, cuando eres Iglesia de ternura y oigo la música del vientre materno. Respiro mejor cuando eres albergue engendrador y trasmites el calor del salmo primordial, como un cántico de Magníficat entre nosotros.
Hoy es un día feliz para Jerez de la Frontera porque descubre en su madre el arraigo de su esencia, el principio de realidad que riega sus venas: paisaje y sentido, perspectiva hacia arriba y hacia abajo, pero, sobre todo, su raigambre en la Madre de la Merced, que ha servido de tierra fecunda para la fe de la ciudad en toda su historia. Si perdiésemos a la Madre, renunciaríamos al alma de esta generación, desistiríamos del corazón de la ciudad y de la fuente capaz de reconciliarnos como verdaderos hermanos.
No es posible encontrar más locura de amor que el de una madre, ni otra razón de amor que, como Ella, se pierda por amor en esta fría razón de nuestro mundo. Nada calma tanto el corazón como decir madre, como llegar a ella y bañarse en el mar de sus abrazos, nada como sus olas, nada como la permanente inmutabilidad de su cariño. Ella, Madre de la Merced, en el más allá de la infancia y en el más acá de mis años, como una roca firme, siempre igual en el abismo de su hondura, en la fragilidad de su belleza, siempre igual en el insondable ser de su misterio. Quiero recuperar la memoria necesaria de quién eres, para fundar en ti el camino que conduzca a la esperanza.
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