Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Navidad 1949 en Jerez: Gerardo Diego, Fernando J. Peña, José Argudo Romero…
Yo te digo mi verdad
Afirman los analistas, cuando pretenden ponerse finos, que la política es el arte de lo posible, lo cual equivale a una hermosa y noble manera de ser práctico. En román paladino, sería como decir que los políticos están ahí para arreglar cosas con los medios disponibles o conseguibles. Pero la perversión de esta tesis es mucho más común que su puesta en práctica directa, y muchos de ellos muestran una habilidad inimaginable para lograr cosas imposibles. Por ejemplo: ¿hay alguna manera de salvar lo insalvable? ¿es posible que se mantengan en su puesto algunos cargos que han demostrado su incapacidad, su mal ejercicio o directamente su inutilidad absoluta para ejercerlo? La política práctica ha demostrado, al menos en España, que sí, que lo imposible no existe para según qué cosas y casos.
Atendiendo a lo más reciente, parecía imposible que se mantuviera en su puesto el ministro de Interior, Fernando Grande Marlaska, después de tragedias, si no imputables directamente a él sí bajo su responsabilidad, como las de la valla de Melilla o el asesinato de dos guardias civiles en Barbate; se nos antojaba insostenible que la ministra Irene Montero fuera mantenida en el Gobierno tras el doloroso fiasco de la ley del ‘sólo sí es sí’, y hubo que esperar a unas elecciones generales para verla fuera; aún no comprendo cómo Yolanda Díaz no ha hecho ni siquiera un amago de autocrítica por el nombramiento de Íñigo Errejón como portavoz de Sumar…
Y lo último que demuestra que la política consigue cosas que sólo nos atreveríamos a pedir al genio de la lámpara, es la permanencia de Carlos Mazón, campeón de la incompetencia y la inhibición, al frente de la Generalitat. El milagro se completa de la mano de la dirección del Partido Popular, que es capaz de desautorizarlo de facto a la vez que apoya su continuidad, y sin embargo considera que es fundamental para hacer las cosas bien y ser justos echar a Teresa Ribera de sus aspiraciones (y las de España) en Europa. Ni el gran Juan Tamariz osaría intentar ese truco y que le saliera bien, pero no podemos comparar al mago del ¡tatatatachaaaaan! con el Gran Feijóo, aspirante a Merlín que está a punto de conseguirlo con el apoyo inestimable de los seres del lado oscuro continental, ese que queda por Bruselas, según se entra, a la ultraderecha.
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