Juan Luis Vega

Un marqués muy fino

Tribuna

28 de septiembre 2013 - 06:37

Le conocí una mañana de finales de noviembre de 1974, en la galería de retratos de la Bodega, la de los suelos hidráulicos ajedrezados. Hacía un frío que pelaba aquel luminoso día de otoño en la bodega, como casi siempre que sopla el viento del norte en esa temporada del año. Esos techos tan altos, los suelos grises de losas de Tarifa y los ventanales y portones siempre abiertos, facilitan una corriente de frío, casi siberiano, que hiela las manos y sobre todos los pies, especialmente de los ‘arrumbadores del escritorio’, como llamaba Mauricio a los empleados y ejecutivos de la Oficina. Le acompañaba su padre, el tío Manolo, ya casi ciego. Cuando me presentaron y les di la mano, Manuel María me dijo: “Manos frías, corazón caliente”. Mauricio añadió: “Pues vamos a tomar una copita de buen oloroso y comprobaremos cómo se le corta el frío a este joven”. Una o ‘dos’ nos tomamos y efectivamente desapareció mi tiritera. Luego Mauricio me aconsejó: “Trae siempre en invierno zapatos con suela de goma”. Y, desde entonces, yo le veía llegar cada mañana por la puerta de poniente de La Cuadrada, la que mira a Sanlúcar y al Coto, ahora roja como el coche de su padre, el color que a el le gustaba, el de la chaquetilla de su vino fino. Y al contraluz, tan alto, tan elegante, tan esbelto, me parecía una bella garza imperial de Doñana.

Con su capacho de arrumbador siempre de la mano, pensaba que nos traía algo de comida a todos los que trabajábamos en su nido, en su amada Bodega. Que venía a protegernos. Y así efectivamente era. Porque Mauricio, como un astuto búho, que en realidad también lo era, controlaba, girando la cabeza 360 grados, todos los movimientos de su empresa familiar. Veía los vinos en el cuarto de muestras, preparaba las vendimias, hablaba con los capataces, arrumbadores y toneleros, recibía los vinos, se acercaba al centro de investigaciones enológicas, subía a los despachos de dirección, preparaba la próxima visita de algún personaje ilustre con una meticulosidad exagerada que rayaba la perfección. Y aún tenía tiempo de tomar una copita con sus primos, donde en realidad lo que hacía era mediar o interceder en cualquiera de las diferencias que pueden existir en un negocio familiar. Siempre estaba trabajando, dominaba todas las parcelas del negocio y lo hacía con una inteligencia, un tacto y una educación verdaderamente admirables.

Mauricio era un hombre avanzado y adelantado a su época. En el campo enológico transformó el sistema tradicional de vinificación, centralizando todas las faenas en la modernísima Las Copas; fue el primero en España en crear un centro de investigación I+D+i para el vino, promovió el Consejo Regulador y defendió a capa y espada la marca Jerez y al Sherry en todo el mundo. Pero su capacidad intelectual le llevaba mucho mas lejos; cambió la cacería por la Naturaleza, por la observación de la misma, por la ornitología, por la defensa de Doñana y por la Cultura.

Cuando nos visitaba algún famoso escritor, historiador, investigador o cualquier artista, les acompañaba personalmente y siempre quedaban asombrados, pues era un hombre sabio y sencillo, pero con una personalidad arrolladora, que a todos nos cautivaba. Y aún así, todavía guardaba un rato de su tiempo para acompañarme, de vez en cuando, a oír los trinos de los jilguerillos que anidaban cada año en las viejas parras de la calle Unión o para disfrutar con las astucias de Bonillo, el avispado mirlo negro de la bodega, llamado así porque comía los restos de las patatas fritas del mismo nombre y que dejaban los turistas en la sala de degustación; en comprobar si los ratoncillos tenían ese día vino dulce para beber; en lo bonita que estaba su bodega y en el color rojo de los geranios: “¡Qué bonito color, Juan Luis”.

Una maravilla de hombre.Si fueran realmente ciertas la teorías de algunas culturas, que después de fallecer nuestras almas se convierten en algún animal, creo que Mauricio sería esa elegante garza Imperial que yo imaginaba cada mañana. Podría volar entonces, casi planear todos los días, aprovechando el viento de levante de popa, desde las nubes del cielo hasta el mismísimo Doñana, pero eso sí, sobrevolando primero su querida Bodega de Jerez, para ver “cómo iba la cosa” y saborear desde arriba el rico aroma de sus vinos, que hasta allí llegan. ¡Vuele don Mauricio,vuele!.

Juan Luis Vega es Exdirector de Marketin, Comunicación y RR.EE. de González Byass

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