El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
A plena sombra
Viajando por el norte de Italia recientemente miraba el paisaje desde mi asiento en uno de los confortables y rápidos trenes que unen las ciudades italianas. Se abría ante mí la visión de los campos entre Bolonia y Florencia y recordaba mi también reciente visita al maravilloso y gaditano pueblo serrano de Grazalema, lo que me hizo pensar en lo bueno que es viajar para apreciar lo que tenemos en casa.
Bolonia se ha convertido en la capital gastronómica de Italia. La verdad es que, restaurantes aparte, tiene unas encantadoras tiendas de comestibles, vinos y licores que, como en otros temas como la ropa, algunas librerías o las farmacias, mantienen en muchos casos el sabor del comercio antiguo, tradicional y de raíz local. En el entorno de la Antica Ditta, en lo que ya es mi manzana favorita del casco antiguo boloñés, un centro histórico donde es casi imposible encontrar un edificio que desentone del espíritu constructivo de la ciudad, existen pequeñas tiendas encantadoras, como la Drogheria Gilberto, con una magnífica exposición de exquisiteces, vinos y licores. O la que probablemente es la charcutería más famosa de la ciudad, la Salumeria Simoni. En esta, un local en una pequeña esquina de lo que parece un mercado al aire libre. Se venden quesos regionales y del país, bresaola, salami, el sabroso guanciale, jamón de la zona (prosciutto) y, por supuesto, la mortadela boloñesa, sinceramente la mejor que he probado en mi vida, cortada en lonchas muy finas, como presentan habitualmente estos embutidos.
En Italia hay buenos productos, pero es que además los venden como nadie y, por supuesto, es general el cuidado diseño de marca, las etiquetas y envases. La mortadela clásica de Bolonia es ciertamente un producto excepcional, pero, seamos realistas, es solo mortadela, quiero decir que no es un producto como nuestro estratosférico jamón ibérico de bellota ¡ay, si los italianos tuviesen nuestro jamón!
Nuestros paraísos cercanos están ahí, a tiro de piedra. Pero ahora parece que hay una ansiedad por viajar, cuanto más lejos y exótico sea el destino mejor. Sufrir las compañías aéreas de bajo coste, ver entre un mar de guiris (nosotros uno más de ellos en esos casos) el cuadro o el monumento mediático, con cientos de selfies rodeándonos, mareándonos. No digo que no viajemos, es emocionante conocer sitios y personas de otros países, pero no nos olvidemos de las joyas que tenemos en nuestro país, nuestra región, en nuestra provincia.
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