Mudanzas

Descanso dominical

En una mudanza, por mucho azúcar que lleve, no puedes casi evitar una huella amarga en el cielo de la boca, saliva espesa, las sonrisas desafinadas de según qué habitaciones y un piquete de cajas y maletas en huelga general. Aunque dejes atrás paredes húmedas y frío en los huesos, aunque solo quede un yogur caducado al fondo de la nevera y crujan los peldaños de todas las escaleras y estés haciendo esperar a Afrodita y a cada una de las olas del mar. El problema de las mudanzas siempre es el mismo, no es posible empaquetar y llevar contigo todo aquello que quieres. Así que, al final, pretendes esquivar las casas de empeño, pero terminas sobornándote a ti mismo cuando crees que nadie está mirando.

Había una mujer delante de mí en la cola de los mostradores de un aeropuerto sin nombre, uno entre tantos. Hoy día todos los aeropuertos son jodidamente iguales. Llevaba una sombra de inconformismo en el gesto que parecía pesar tanto como los dos enormes maletones con los que pretendía subir al avión. Iba sola, en cuerpo y alma. Al registrarse en el puesto de control la azafata le advirtió de que los bultos arrojaban demasiado peso… No es exceso de equipaje; es un exceso de recuerdos, le contestó ella como si hubiese estado preparando esa respuesta toda la vida. Creo que esa azafata, harta de ver a gente arrastrando sus miserias para coger un vuelo, ya sabía que una mudanza no es una cuestión de números sino más bien de letras, que no se puede reducir algo así al frío cálculo del cubicaje y el peso. Pero solo estaba haciendo su trabajo. Un día más, en un aeropuerto sin nombre.

Hubo un tiempo en el que asumí más mudanzas de las que son aconsejables para la espalda y para el corazón. Tengo que hacer un esfuerzo, de hecho, para encajarlas todas debidamente en mi calendario. Ya casi había olvidado algunas de las puertas donde pedí posada en aquel periplo. Paulatinamente, una detrás de otra, fui aligerando mi bagaje y, obligado quizá por los mandamientos de la vida moderna, terminé dejando más recuerdos fuera que dentro de los baúles. Solo le hacía sitio al desapego. Cuando quise darme cuenta, todo lo que todavía me importaba, aunque con estrecheces, cabía en una sola de las cajas. Supe que aquello iba a cambiar tras la última de las mudanzas y no me equivoqué. Hoy vuelvo a no tener estanterías para tantos libros, no hay suficiente sitio en el horizonte para todo lo que quiero, tendría que comprar un millón de maletas y aun así… Perdonen el despiste, para ser sincero ya no sé si les estaba hablando solo de cambiar de casa o esto iba en realidad de mudar la piel.

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