El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Opinión
Si el Museo Taurino de Jerez se cierra, y todo indica que así va a ser, la ciudad habrá vuelto a perder un importante patrimonio cultural y un equipamiento de primer nivel.
No hace falta ser aficionado taurino o amante de la tauromaquia para darse cuenta de ello. Cualquier historiador podrá certificar que la colección que desde hace veinte años alberga este espacio situado en una bodega de la calle Pozo del Olivar es de las más importantes de España. Sencillamente, no tiene precio. Y se va a dejar que se vaya de Jerez.
No hablamos sólo de toros, sino de Historia, de Patrimonio y de Arte. El cariño y el dinero que durante toda su vida puso a título personal el empresario Alfonso Rodríguez Álvarez a su colección no tiene igual. Ese fue su hobby, su vicio, su obsesión si se quiere: reunir la mayor colección de objetos taurinos y ganaderos relacionados con Jerez.
Y lo puso a disposición de la empresa que ahora regenta su hijo Alfonso, para el disfrute de quienes quisieran visitarla en un museo coqueto, mimado, con gusto, arte y estilo. Un lujo para cualquier ciudad que Jerez, o sus instituciones actuales, no han sabido valorar probablemente más por desconocimiento que por prejuicios.
Un lugar en el que se han celebrado toda clase de actos y por el que han pasado numerosas personalidades y representantes públicos de todos los colores políticos, incluidos los del partido que hoy gobierna la ciudad.
Todo en un marco muy cuidado, con una costosa rehabilitación en su día en lo que fue una bodega de brandy que, de otra forma, se habría caído ya a pedazos. En su interior, meticulosamente expuestos y conservados, carteles de toros del siglo XVIII, XIX y XX que cualquier coleccionista querría atesorar, bronces de Mariano Benlliure, trajes de los más prestigiosos toreros, capotes con historia, pinturas...
Hasta una colección de más de trescientos libros relacionados con la tauromaquia y la ganadería, así como originales de documentos sobre la historia de la plaza de toros de Jerez, como contratos de alquiler de comienzos del siglo pasado.
Todo eso se irá de Jerez y acabará desapareciendo de la memoria colectiva porque el actual gobierno municipal no ha valorado lo suficiente este patrimonio que estaba en la ciudad por el cariño que le profesa a la misma alguien como Alfonso Rodríguez.
No habría costado mucho haber llegado un acuerdo para que allí siguiese (por supuesto mediante el pago del alquiler que ha pagado religiosamente todo este tiempo) mientras no hubiese nadie interesado en un edificio que el propio Ayuntamiento sabe que nadie puede costear y que las arcas municipales no pueden mantener.
Sólo hay que ver lo que ha sucedido con otro edificio que tenía en alquiler este empresario, el restaurante El Bosque, buque insignia de la hostelería de la ciudad durante décadas, que ha sido víctima del abandono y del expolio desde que el Ayuntamiento lo recuperó hace un poco más de un par de años. Ahora nadie lo quiere y no es de extrañar, pues ha sido arrasado por la ineficacia de quienes lo recuperaron para el patrimonio municipal.
Probablemente pasará lo mismo con el edificio del Museo Taurino cuando el propietario de la colección lo abandone. La falta de mantenimiento y vigilancia, algo muy costoso de lo que Alfonso se ha hecho cargo todos estos veinte años, acabará por convertir ese lugar en otro solar para la vergüenza del casco histórico. Un empresario, Alfonso, que no se merece este trato después de cómo y hasta dónde ha llevado el nombre de la ciudad.
No hablamos de toros, ni siquiera de objetos. Hablamos de Historia, de intangibles que pierde una ciudad y que la empobrecen cultural y patrimonialmente.
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