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Marco Antonio Velo
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En tránsito
El día de la toma de la Bastilla –el 14 de julio de 1789–, el diario del rey Luis XVI tenía una sola anotación: “Nada”. Y lo mismo ocurría los días siguientes: “Nada”, con la excepción de un paseo a caballo y un regreso a pie de una reunión en el Ayuntamiento de París. Eso era todo. En el diario del rey no había ni una sola mención a lo que estaba pasando en la calle (y eso que pasaba iba a costarle la cabeza tres años y medio más tarde). Pues no, nada. “Nada”.
Pienso en esa escueta anotación del rey Luis XVI –el diario puede verse en internet– cuando veo las reacciones de los burócratas de la UE y de nuestros politólogos más eminentes ante el ascenso de los partidos ultras en toda Europa. A diferencia del iluso Luis XVI, estos burócratas conocen perfectamente los hechos que ocurren, pero son incapaces de encontrarles una explicación, así que al final reaccionan con la misma indiferencia ante lo que está pasando. Y si hay un ascenso ultra, ellos están convencidos de que todo se debe a las campañas de bulos e intoxicaciones de la extrema derecha en las redes sociales. Es la misma reacción que tuvieron los clérigos españoles del siglo XVIII cuando les llegaron las remotas noticias de la Revolución Francesa: todo se debía a la propaganda infecciosa de los herejes y de los enciclopedistas (si no era obra directamente del diablo). Nada más. “Nada”.
Todo es igual, sólo cambian los nombres y los cargos. Y hoy en día, la gente que vive parapetada tras los altos muros de sus conventos y de sus mansiones aristocráticas (la gente que vive de los innumerables cargos burocráticos pagados con dinero del contribuyente) es incapaz de entender lo que está ocurriendo. El ciudadano normal que paga impuestos ve con preocupación –o con angustia– cómo la llegada de una inmigración desbocada puede destruir en muy breve tiempo lo poco que queda del Estado del Bienestar. Por supuesto que hay miles, millones, de inmigrantes que trabajan y aportan y nos benefician a todos, claro que sí. Pero también hay muchos inmigrantes que no trabajan ni contribuyen y a la larga vienen a vivir de la sopa boba. Es así de sencillo, y esos son los que provocan la alarma y la preocupación. Pero nadie quiere verlo, así que los nuevos clérigos –los burócratas de la UE, los profesores universitarios, los politólogos– seguirán anotando con letra redonda en su diario: “Nada”.
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