Envío
Rafael Sánchez Saus
¿Réquiem por Muface?
Propagandistas de la verdad
Le puede pasar a cualquiera. Un día sales de casa con prisas, sin tiempo para fijarte en muchos detalles, y de repente allí están, colgadas ya en la calle: ¡las luces de Navidad! Pero si hace nada que estábamos comiendo castañas y llevando flores al cementerio. Lo rápido que pasa el tiempo, piensas, y entonces miras el calendario y te das cuenta de que vale, tempus fugit, pero es que realmente no hace ni dos semanas que nos paseábamos entre calabazas, telarañas y otros adornos llegados de la mano de la foránea Halloween.
Signos de los tiempos: la extensión, como si de una mancha de petróleo se tratara, de reclamos y ornamentos, sin respiro, sin solución de continuidad, sin respetar los tiempos, sus momentos álgidos y sus periodos de calma. No puede haber descanso para la maquinaria de consumo. El también importado “Black Friday” ya no es un viernes, sino que tiende a hacer metástasis y nos incita a comprar ya durante la semana que le precede. Lo mismo ocurre con las rebajas: aquella imagen del gentío entrando en El Corte Inglés a la caza de la ganga el día después de Reyes ha dejado paso a unas “ventas especiales” que ya colonizan todo el mes de diciembre.
Lo cierto es que el hombre necesita marcar con hitos el, de otro modo, monótono e implacable devenir del tiempo. El magma informe e imparable de un tiempo que avanza inexorable nos genera vértigo y angustia existencial. Necesitamos señalar momentos que lo ordenen, que lo doten de sentido. Las sociedades tradicionales lo hicieron observando los ritmos y repeticiones de la naturaleza y, en especial, aquellos ligados a la actividad agrícola. La Iglesia los asumió, enriqueciéndolos en un calendario litúrgico que ha estructurado la vida de Occidente desde hace siglos.
Lo que no puede existir es el vacío. Por ello, conscientes de que sólo se puede abolir lo que es sustituido, los revolucionarios franceses se empeñaron en dar vida a un “calendario litúrgico revolucionario”, marcando sus propios tiempos y festividades. Sabían bien que quien marca los tiempos, da forma a la cultura y el tono de una época.
Ahora no es el jacobinismo quien le disputa a la visión cristiana la hegemonía, sino un consumismo cuyo fin es mantener nuestra pulsión compradora en estado permanente de máxima excitación. Nuestras vidas se convierten en un saltar de oferta en oferta. Esta ansia consumista no puede admitir descanso, por eso también trata de borrar el domingo como día dedicado al Señor. A fin de cuentas, esta disputa sobre cómo estructuramos el tiempo determina en qué tipo de sociedad vivimos: una volcada hacia el consumo impulsivo o una que ofrezca un sentido trascendente a nuestra vida.
También te puede interesar
Envío
Rafael Sánchez Saus
¿Réquiem por Muface?
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
La máquina de poder
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Las lentejas de ETA, las lentejas
La Rayuela
Lola Quero
Tierra de espías
Lo último
Gabriela Pocoví | Doctora en Medicina y Salud Pública y nutricionista
“Hemos desvirtuado la dieta mediterránea”
Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
El turismo se estremece
El parqué
Jaime Sicilia
Incertidumbre
Editorial
Un mes después, Valencia sigue en el barro