La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
CAMBIAMOS a golpe de novelería. Nos da por algo con una intensidad que no paramos hasta reventarlo. Un bar, un destino turístico (ay, aquellos paquetitos de cuatro días y tres noches a Praga), una prenda, una palabra (ahora se visualiza todo y no se evidencia, difunde, denuncia ni proyecta nada). Somos como la fiera que no suelta la presa: acabamos desgarrando y devorando lo que tenemos prendido. Cuando nos da el siroco de la moda hacemos cosas la mar de raras, de las que deberían hacernos reflexionar delante del espejo. Incurrimos en el absurdo. Debe ser por no quedarnos fuera del rebaño, por esa necesidad de aparentar que estamos integrados. Un día lejano descubrimos el tomate en las tostadas. Tenemos ya el cubilete de tomate hasta en los desayunos de trabajo, donde por cierto siempre acaban volviendo a la cocina (o a la furgoneta de la firma hostelera de turno) los panes, los bizcochos, la brocheta de fruta y los cartones de zumo. El tomate llegó con tal intensidad que el camarero hace tiempo que te pregunta si lo quieres triturado o en rodaja. Pero el tomate está ya amenazado por la moda de estos neobares que parecen fruterías y puestos de hortalizas. La gente hace cola hasta que les despachan una suerte de bol cargado con frutas de varios colores, ligado todo con cremas de yogures, sin azúcar naturalmente. Los cafés son servidos en tazones que son verdaderas bañeras de leche, sin lactosa por supuesto, que en el plato llevan el sobrecillo de edulcorante o, como mucho, el azúcar moreno. Salen los clientes con las bandejas dispuestos a ejercer de pantagrueles saludables en el velador de turno. Fíjense en los contenidos de esos cuencos, que dejan atrás el pan y el aceite que nos vendieron como el desayuno cardiosaludable. Estos neobares suelen tener tazas enormes con el asa de corcho, también habituales en los "espacios de co-working", y ofrecen tantos tipos de pan como de infusiones. El local suele ser pequeño y la terraza grande. El único camarero contratado no tiene tiempo de recoger las mesas, donde se almacenan los cuencos para satisfacción de los pájaros traviesos. Nunca hay agua del grifo, sino embotellada. Todo es muy sostenible, muy ecológico y muy in hasta que ves al pobre hombre hasta la testa de tomar comandas a base de kiwis, sandías en taquitos, cereales y leche son sabor a soja, pero templada, por favor. Recuerdas la sencillez de la media tostada con aceite. Y de cuando un solo camarero con oficio podía con todo. Claro que entonces no se hablaba del kiwi. La doble uve se usaba para referir una marca de whisky peleón. Y la bandeja era patrimonio del camarero, no del cliente.
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