
JEREZ ÍNTIMO
Marco Antonio Velo
Jerez, 1958: Álvaro Domecq Díez en el diario ‘Pueblo’ de Emilio Romero (II)
Descanso dominical
La única verdad que compartimos es que ya todo es mentira. No nos quedan lugares sagrados donde ver pasar las tormentas o ignorarlas quizá. Nos despeñamos, aunque preferimos creer que estamos volando y que nuestras alas, por supuesto, son más fuertes y poderosas que las del vecino. La intimidad ya ni siquiera se vende; se regala a cambio de unos minutos desgastados en el ‘prime time’ de Televisión Española, donde ahora cualquiera te cuenta a bocajarro lo que ha follado este mes mientras tu intentas terminarte la ensalada que has hecho para cenar. Todo lo intocable está manoseado… Perdonen la tristeza, que diría don Joaquín.
En esta suerte de carrera desquiciada por llegar a ninguna parte hemos metido también a la infancia. Nuestra sociedad, o una parte de ella al menos, parece tener una prisa descomunal por que los niños dejen de serlo cuanto antes, sin importar la edad. No acierto a comprender si es que así molestarán menos, mi torpeza me impide distinguir las ventajas que ofrece eso de quitarle inocencia a los años. Pero lo estamos haciendo. Cuando miramos hacia otro lado mientras consumen películas que todavía se les pueden atragantar; cuando hacemos oídos sordos a esas canciones que escuchan, ajenos a unas letras burdas que cortan como un cuchillo en la voz de un niño y que sonarían sucias incluso si las cantase un legionario; cuando les regalamos un teléfono móvil que no les cabe en las manos ni en la mente y les condenamos al peligroso fulgor de las pantallas y todo lo que contienen. Luego intentamos convencernos de que lo hacemos, paradójicamente, para protegerlos, para que no se conviertan en unos apestados, para que no sean el único o la única que no tiene ‘smartphone’ en su clase de Primaria. El sistema educativo, precisamente, se ha convertido en otro campo de batalla para la niñez. No es de extrañar teniendo en cuenta que los políticos cambian de leyes como de pantalones. Mandarlos con apenas once años a un instituto de Secundaria es soltar en mitad de una jungla a niños que todavía deberían estar jugando en los recreos. En Madrid se ha puesto en marcha el ´modelo EGB’, que se traduce en que los alumnos de 1º y 2º de la ESO, de doce y trece años, permanezcan en su colegio de siempre y no pasen al instituto hasta los catorce. Se me antoja como un canto al sentido común y espero que cunda el ejemplo. Qué quieren que les diga.
Dejemos a los niños que lo sean, que no caduque la infancia antes de tiempo. ¿Es que ya no nos acordamos de cómo era aquel reino? Todos necesitamos guardar algo de aquellos años en nuestro interior, todos necesitamos que estén ellos haciendo ruido alrededor. Alguien nos tiene que decir la verdad.
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