Francisco José Contreras

No existe el derecho al porno

Propagandistas de la verdad

25 de julio 2024 - 02:19

La propuesta gubernamental de introducir un sistema de control del acceso a contenidos pornográficos en Internet ha suscitado reacciones reveladoras. Resulta sorprendente ver a conspicuos opinadores de la derecha rechazando “la intromisión estatal en nuestras vidas”, cuando no defendiendo directamente el “derecho al porno”.

La pornografía es inmoral porque implica la cosificación, deshumanización, mercantilización y pública exhibición de algo que debería ser personal, humanizado e íntimo, como el sexo. La pornografía es degradante tanto para sus protagonistas como para sus usuarios: unos realizan actos sexuales con desconocidos por dinero, ofreciendo su coyunda como producto de consumo a millones de mirones; los otros buscan la excitación mediante la contemplación de la intimidad sexual de otras personas.

Es cierto que moral y Derecho son círculos secantes, no enteramente coincidentes: no todo lo inmoral puede estar jurídicamente prohibido. Sin embargo, la ley puede desincentivar las conductas inmorales mediante técnicas distintas de la prohibición: advirtiendo, dificultando, explicando las consecuencias indeseables de la conducta viciosa… Sería el caso, según parece, del “bono de acceso” propuesto por el Gobierno.

Los partidarios del derecho al vicio -si me apetece hacer algo insalubre o inmoral, el Estado no es un padre que deba impedírmelo- suelen esgrimir el famoso “principio del daño” propuesto por John Stuart Mill: “La única razón por la que se puede ejercer el poder legítimamente sobre un miembro de una comunidad civilizada es la prevención del daño a otros”. El criterio es discutible: Aristóteles o Santo Tomás pensaron que la misión del Derecho no es sólo impedir que nos dañemos mutuamente, sino ayudarnos a ser buenos.

Pero es que, además, la pornografía daña a terceros. Daña, por ejemplo, a los millones de menores cuya educación sexual está teniendo lugar a través de vídeos inmundos. Daña a los matrimonios que se rompen por la adicción pornográfica de alguno de los cónyuges (la pornografía produce, no sólo adicción, sino, en algunos casos, hasta impotencia masculina, pues el hombre necesita estímulos visuales cada vez más fuertes). Daña a las víctimas de agresiones sexuales, pues existe un vínculo comprobado entre consumo de pornografía y violencia, como explicó el asesino Ted Bundy en un vídeo grabado la víspera de su ejecución, y como demuestra la generalización de tipos de agresión -la violación en grupo, por ejemplo- que antes no se daban, así como la de parafilias y conductas sexuales de riesgo. Daña a la sociedad en su conjunto, en cuya conciencia se va aceptando como normal el tipo de sexualidad sórdida y deshumanizada -en los vídeos porno no interesan los rostros sino los órganos sexuales: la persona es convertida en un pene o vagina con patas- que propone la pornografía.

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