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Jerez/La belleza reside en la mirada. Nada escapa al aguijón de su perímetro, de su orografía, de su fulgor de campiñas y alabastro. Libro de viaje -¡novedad editorial!- se aproxima con su trote de sendero jerezano sin inextricables laberintos. Musicalidad de prosa al cabo. Acentos con forma de caireles. Párrafos que huelen a bodegas. Quien sabe mirar, escribe con alcance visionario. Y con profundidad arqueológica. Y con horizontalidad sociológica. ¿Allá donde fueres haz lo que vieres o no necesariamente? En ‘Finisterre’ leímos que es el agua quien hace al río y no viceversa. El escritor viajero es periodista que machadianamente hace camino al andar. El preciosismo de la escritura en libertad jamás se enroca en lo baladí. La retina nómada -la que viaja con la fascinación en los talones- también mueve ficha sobre la patente de corso del alfabeto. Andalucía la Baja como paralelismo de España la Nueva. La cuna del flamenco entre caballos cartujanos y perros bodegueros. Un brindis de dos catavinos que se acarician con un entrechoque de fidelidad -como la impresa por la paz en el atrio del séptimo cielo-. Jerez según la forja de quien marida periodismo narrativo y literatura -ese bordón, ese espejo mágico, esa bisagra al bies, ese cristal de brillo-. Nos llega una obra libresca…
Un ensayo, sí, que parece concebido por la fecundidad poética de Vicente Aleixandre. Y por la sensibilidad de velo de flor de Shakespeare. María José Solano es periodista, escritora y viajera. Su vocación por las letras huye de la retórica del desparpajo. Ha dedicado a esta Muy Noble Ciudad -en cuyas páginas subyacen los corceles poéticos, “los cencerros que en el tiro al blanco mueven unas tristes vacas de cartón” del poema de Pemán a la Feria de aquí, el bronce destemplado de otras calendas, las antípodas de la máxima de Fernando Villalón: “el mundo se divide en dos grandes partes: Sevilla y Cádiz”, lo racial y lo oliváceo, el desdén de los melindres y la esencia en plurales concepciones, el cante, los matices de la Paquera a voz en arte- un libro cuyo epígono evita cualquier protagonista in absentia. Su título: directo y dilecto: ‘Jerez’. La editorial que fecunda esta propuesta donde todo deviene singular y propio: Tintablanca. La recomendación renace ahora en el contraste de cinco niveles de platas y oros: como un fulgor transversal de este sol de Andalucía embotellado con sabor a ciudad añeja, a señorío posmoderno, a fecundidad creadora sobre un teclado con temple de amontillado.
Jerez fue imán de viajeros. Basta remontarnos a un puñadito de siglos atrás. María José -con ilustraciones del gran Miki Leal- ha trabajado literariamente -espacio a través- las señas de identidad de esta patria natal de Manuel Torre, estas sábanas de asfalto de Lola Flores, este tañido sin campanas de la fragua del tío Juane. La autora ha comentado en alguna entrevista promocional que “las cosas únicas, y Jerez es una de ellas, lo son porque confluyen muchas circunstancias. Pasa con los libros y con las personas, y pasa con Jerez. En ella confluyen de una manera muy singular, natural y excepcional la historia, el folclore, los olores, los sabores… Es un compendio del pasado y el presente, como sucede en toda Andalucía, pero en Jerez ocurre de una manera muy especial que se trenza a través de la belleza y los sentidos. Yo quería hilvanar ese pasado medieval, barroco, renacentista y literario con el presente que todo el mundo conoce y es casi tópico: el flamenco, los caballos, el vino”. El mundo de las letras -y su donoso escrutinio- ha generado excelentes escritores que han cultivado el género -o subgénero, ustedes gusten- de viajes. Verbigracia: Fernando Savater, Luis Racionero, Ramón Buenaventura, Camilo José Cela, Fernando Sánchez Dragó, Manu Leguineche, David Fernández de Castro… Con botas de siete leguas para asirse a la máxima -indómita- de Baudelaire: “Al fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo”. Viajar acumula vida. Y ya sabemos que, al decir de Jung, “una vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”.
Los jerezanos de pura cepa hemos de estar atentos, como la Régula sobre el Azarías y el Azarías sobre la milana bonita en ‘Los santos inocentes’ de Miguel Delibes, como la voz en primera persona sobre la enfermedad en ‘Señora de rojo sobre fondo gris’, como José Guardiola al ‘Vals de las Velas’, como Machado a “los hijos de la mar”. Este libro promete el trasluz de un itinerario que pronto reconoceremos. ¿Explicatio non petita? Ni por asomo. Cuatro ojos ven más que dos. La escritura de María José Solano no es un rito de paso. Ni un pacto de sangre. Más bien un revisionismo ubérrimo de quien sabe profesionalizar los ámbitos de la paradoja colombina, esto es: “buscar en realidad algo diferente a lo que teóricamente buscaba y encontrar algo que no buscaba ni real ni teóricamente”. Lo que traducido resulta: ‘Jerez’.
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