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Ignacio Martínez
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La ciudad y los días
El 7 y el 8 de diciembre el mundo ha mirado a París y a la espectacular reapertura de su catedral tras el incendio que a punto estuvo de destruirla. No es la primera vez que Nôtre Dame ha corrido peligro de desaparecer. Y quizás no muchos sepan que la vez que más cerca estuvo de hacerlo fue salvada por una novela. Si en 1160 el obispo Maurice de Sully ordenó su construcción, en 1831 Víctor Hugo la salvó con la publicación de Nôtre Dame de París.
La vida a veces gasta bromas. Porque si en la novela el archidiácono Frollo dice, refiriéndose a la imprenta y señalando a la catedral, el famoso “ceci tuera cela” (“esto matará aquello”), frase que se ha interpretado como expresión del miedo del clérigo a la revolución del conocimiento que suponía la imprenta: el libro matará al edificio, es decir, la razón acabará con la religión. Lo singular del caso es que el libro de Hugo salvó la catedral.
Como buen romántico, Hugo llevaba tiempo luchando contra la destrucción de la arquitectura gótica, considerada de mal gusto, resto de una época oscura: la dichosa leyenda negra de la Edad Media. Muy dañada tanto en su mobiliario y obras de arte como en su estructura por los saqueos y adaptaciones a otros usos durante la Revolución –en 1793 fue utilizada como templo de la Razón, mercado cubierto y almacén de vinos–, dejada languidecer durante el período napoleónico y la restauración borbónica, víctima del desprecio hacia la arquitectura gótica, y nuevamente dañada por la revolución de 1830, año en el que se decidió su demolición.
Desesperado, Víctor Hugo aprovechó el contrato firmado en 1828 con el editor Charles Grosselin para crear ese gigantesco manifiesto a favor de la catedral que fue su novela. Lejos del “ceci tuera cela” resulta que el libro salvó la catedral. Porque su publicación generó un movimiento nacional para impedir su demolición e hizo mucho por impulsar la mentalidad conservacionista: en 1837 Prosper Mérimée creó la Comisión de Monumentos Históricos, encargada de catalogar los edificios históricos que debían preservarse, y en 1842 el Estado financió con cinco millones de francos la restauración y reconstrucción de la catedral, encomendándolas a Jean-Baptiste Lassus y Eugène Viollet-le-Duc. Cuando en 1862 la ciudad de París creó su primera lista de lo que se llamarían monumentos nacionales, Nôtre Dame figuraba entre ellos. El libro no mató a la catedral: la salvó.
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