La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
El denominado siglo de las luces supuso un avance en todos los ámbitos del saber bajo la batuta de unas mentes abiertas que pretendían sacar de la oscuridad tanto la Filosofía, como las artes y las ciencias. Fue un momento en el que todo era susceptible de ser discutido y revisado, afirmado o negado, bajo el dictamen de la razón. No les fue fácil a los ilustrados llevar sus ideas adelante, ni mucho menos. A muchos de ellos les costó la vida, como al Conde del Águila, o el destierro, como en los casos de Jovellanos y Olavide, o ser tildados de antiespañoles y afrancesados durante la invasión napoleónica, como le ocurrió a Goya. El choque con los poderes establecidos durante siglos no les resultó nada fácil y, de hecho, la lucha ideológica en pos de la modernización de España se extendió a todo lo largo del siglo XIX.
Nos ha tocado vivir una época igualmente de revisionismo, pero qué más quisiéramos que las ideas que se defienden en la actualidad fueran similares en algo a las establecidas en la Ilustración. Y qué más quisiéramos que las personas que lo propugnan tuvieran siquiera la mitad de la categoría intelectual y ética que los denominados ilustrados. Cada día asistimos perplejos a más de una necedad, Cela diría una como mínimo, en boca de personajes que ocupan cargos importantes políticos o académicos, cargos públicos se entiende, porque los que lo hagan desde la esfera privada son libres de hacer de su capa un sayo. Y el problema no es que se trate de personas con responsabilidades públicas, sino que se les escucha. Los medios afines se encargarán del resto.
Las sociedades denominadas filantrópicas son ya cosa del pasado, el término ha desaparecido del escenario y ha sido sustituido por palabras huecas como transversalidad y otras que están permanentemente en boca de los nuevos próceres del control de masas. Sólo el discernimiento y el espíritu crítico serían capaces de eludir el ataque a la inteligencia perpetrado cada día, pero los desilustrados no dejan ningún cabo por atar y si ya la educación estaba mal y sólo un mínimo porcentaje de estudiantes lograba alcanzar un cierto nivel intelectual en el sentido de la Ilustración, las leyes educativas dan una nueva vuelta de tuerca reduciendo a un mínimo testimonial la Historia, la Filosofía y las Humanidades. Libertad para qué, contestó Lenin a Fernando de los Ríos hace un siglo.
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