El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
La aldaba
La castaña a la que nos someten los múltiples gurús que ya comen de la inteligencia artificial debe generar indulgencias en diferentes grados en función de la paliza recibida. Hay que detectar con rapidez a los Panoramix de esta era, todo el día moviendo el contenido de la pócima de la felicidad que nos venden en el máster, en el curso o en los cursillos. La gente tiene que comer, oiga. Y nada como crear la necesidad para generar el gasto. La inteligencia artificial ha provocado una corriente paralela de las mismas dimensiones que es toda una ojana artificial. Es toda una industria auxiliar. Los vividores de este cuento siempre describen un “escenario actual” que nunca tendrá nada que ver con lo que ocurrirá “dentro de diez años”. ¡Toma, claro! Como los echadores de cartas que siempre dicen que hay un pariente de intenciones aviesas que te hará una jugarreta más pronto que tarde. ¿Y quién no tiene cerca un perfil de esas características? No se trata de negar la influencia de la inteligencia artificial, pero sí de pasarle el antivirus de tanto papafrita que exagera el cuento, crea inquietud, juega con las expectativas, magnifica por su interés el alcance de los efectos y vaticina situaciones en las que, oh causalidad, siempre hay que contar con los servicios de esta gente que te coloca el pie en la puerta para endosarte en (incómodos) plazos la enciclopedia con el lomo de letras doradas. Esta ojana vive de los sesudos análisis un punto apocalípticos de los promotores de la inteligencia artificial. Por supuesto, necesita crear cierto miedo para generar el sentimiento de dependencia. El tío de la ojana artificial te habla de la influencia del algoritmo en tu vida, de la necesidad de estar preparados para un mundo cambiante (¿cuándo no lo es?), de estar en perpetua actitud de renovación y de las aplicaciones de la inteligencia serán como una bomba de racimo inmediata, porque todos los efectos están previstos para dentro de una hora. Y si no se producen ya sabemos la razón: el mundo es cambiante y algo habrá ocurrido dentro de la alta volatilidad que marcan estos tiempos. Nadie sabe en realidad cómo proceder, pero estos tíos viven de explicarte el embrollo y las cientos de salidas posibles, pero no tienen ni pajolera idea de cuál es la correcta. Al final ejercen de motivadores y engañabobos. Acaban despachando tres cuartos de kilo de ojana. La gente tiene que comer, oiga. Eso sí que es un planteamiento de inteligencia... natural. Los que estén vivos dentro de diez años tendrán también que comer. Eso no cambia. Y alguien venderá de nuevo la salvación en un mundo en crisis. Tengamos paciencia con los gurús, abusadores de la buena educación. Cuentistas a sueldo.
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