Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
La Crestería
Mucho se ha hablado del cambio del Viernes Santo donde la Piedad irá en primer lugar estrenando la jornada en lugar de ocupar la última posición en el orden de paso de las cofradías. El gran público cofrade, ávido de carnaza para degustar, lo acogió con gran delirio en las redes sociales y poco menos que se había cometido el sacrilegio. Podrá gustar más o menos. Personalmente no me voy a declinar porque miro el rostro de la Señora de la Piedad y no puedo articular palabra. Pero la hermandad argumenta sus razones. Razones de comodidad para sus nazarenos, de abrir las puertas a los más pequeños, de tener más garantías con las cuadrillas de costaleros y de llegar a casa a una hora más discreta.
El problema no ha sido ni la Unión de Hermandades ni el Nene ni los hermanos mayores del Viernes Santo. Mucho menos los buenos y queridos cofrades de la Piedad. La culpa, quizá, la tiene la ciudad que no fue construida para las cofradías.
Así como Sevilla no pudo quedar más rematada para los días de Semana Santa, en Jerez no es lo mismo. Tengo un amigo que comenta que el problema se arreglaba si se le diera la vuelta a la Catedral. Si la puerta principal mirara para el Alcázar… Otro gallo contaría.
Para colmo, ya que no tenemos el primer templo donde actualmente está el Miguel de Cervantes, el Calvario también está allí donde yo te diga. No pudo haber peor ubicación para un Santo Entierro. Casi en el extrarradio de la ciudad. Con lo cual, hicimos un pan con dos tortas. Cada uno día lo que quiera. Que si el Sábado Santo está muy bien para que salgan pasos mientras yo me voy a Sevilla o que el Santo Entierro debería de cerrar el Viernes Santo. Pero en lo que convenimos todos es que Jerez, por mucho que nos pese, no es cofrade.
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